Aparcando la independencia

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Una mujer carga una estrella en una manifestación independentista.

Escribo este artículo porque pienso que estamos entrando en unas semanas o seguramente unos meses que, debido a la situación política que se está viviendo tanto en España como en Cataluña, podrían ser una oportunidad para reorientar los problemas pendientes entre la una y la otra. Pero lo escribo también porque creo que se están produciendo mayores dificultades de las razonables y que no son sólo consecuencia de las lógicas y evidentes diferencias de opinión y objetivos, sino también de ciertas confusiones sobre el contenido de las palabras con las que se expresan estos objetivos. Explicaré de manera simple dónde me sitúo yo, y desearía que la explicación pudiera ayudar a esclarecer algunas de las confusiones. No sé si sabré lo suficiente...

1. Mi situación. Yo me considero catalanista, y en muchos aspectos concretos, soberanista; no soy contrario a la independencia, pero no estoy seguro de que sea ni el único ni nuestro mejor escenario de futuro; tampoco soy contrario al españolismo, salvo cuando intenta perjudicar a nuestro país. Cada vez me siento más europeísta y creo que el federalismo podría ser una buena solución a nivel español y europeo.

Nací en una familia catalana de años, y me crié y he vivido defendiendo unos valores y una cultura que siento como la mía y que no quiero perder. Pero no me he sentido incómodo formando parte del estado español, hasta el punto de haber estado en su gobierno durante un período en el que pude ayudar a aumentar su progreso y aún más el del pueblo catalán. Veo con ilusión la posibilidad de ser catalán, español y europeo, siempre que las tres cosas sumen, se coordinen adecuadamente, y ninguna de ellas intente perjudicar a ninguna de las demás.

2. ¿Es el momento de crear un nuevo Estado? He dicho que no soy un ferviente entusiasta del independentismo, ya que entiendo que aquellos que lo piden quieren que Cataluña se convierta en un nuevo Estado, totalmente independiente del Estado español y similar a algunos de los pequeños estados que actualmente forman parte de la UE. No estoy seguro de que éste sea el mejor escenario para nuestro futuro ni tampoco el más fácil de conseguir. He estado trabajando unos años en el gobierno de Madrid y otros en la Comisión Europea en Bruselas, y sé cómo se respira. Pongo el énfasis en mejor porque sé que un país pequeño puede tener más posibilidades de crecimiento y de progreso formando parte de uno de los 4 o 5 estados grandes de la UE que siendo uno más de los 20 o 30 estados pequeños que cuentan muy poco y que todavía contarán menos cuando se cambien las unanimidades en las votaciones por las mayorías, algo que se está empezando a discutir. Y enfatizo fácil porque, por razones comprensibles, una salida de España no nos será facilitada ni desde Madrid ni desde Bruselas, porque el Estado español sin Cataluña pierde mucho peso económico y político, y porque en el caso de salir no se tiene garantizado que pueda entrar de nuevo a formar parte de la UE. Si a esta carencia de aliados se añade el insuficiente porcentaje de habitantes catalanes que quieren independizarse, tengo miedo de que seguir insistiendo firmemente en la independencia pueda ser no sólo inútil sino negativo económicamente, como ya hemos estado viendo con el que nos ha pasado en los últimos años.

3. Negociar un Estado distinto. Observo ahora movimientos de un lado y otro orientados a negociar cambios importantes en la relación entre Cataluña y el Estado, y que pueden suponer algunas reformas de la estructura estatal. Creo que éste es el camino a seguir y pienso que si se hace con sensatez, se pueden conseguir unas mayorías suficientes a ambos lados, porque estos cambios pueden significar un período de colaboración y de solidaridad. Creo que el ámbito de la izquierda y del centroizquierda españoles ha mejorado en la comprensión del problema y en la necesidad de abordarlo. Si esto es así, debería dejarse de lado la presión para la independencia y que se plantearan seriamente reivindicaciones como la soberanía fiscal, el pleno respeto por la lengua y la cultura propias, y que se negociara un progresivo tráfico desde una estructura autonómica a una nueva de carácter más federal, que no tiene por qué ser exactamente igualitaria para todas las regiones, pero debe tener en cuenta la solidaridad y la equidad.

Sé que éste es un planteamiento voluntariamente optimista, como corresponde a mi forma de ser, pero creo que, si no salimos de forma clara del ambiente de confusión ideológica y confrontación política de los últimos años, seguiremos haciendo muy difíciles las perspectivas futuras de las nuevas generaciones de catalanes, que ya están sufriendo. Hay que pensar en ellos.

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