COMPAÑEROS DE VIAJE

Hacia la propia verdad

Rafael Argullol
2 min
Cap a la pròpia veritat

Entre las numerosas representaciones pictóricas de San Agustín mi preferida es la que se encuentra en la pequeña iglesia de San Giorgio degli Schiavoni de Venecia, obra de Carpaccio. Bajo la luz inclinada del atardecer Agustín está absorto en sus cavilaciones mientras en el suelo un perrito blanco lo observa fijamente. Es una pintura que resume bien la idea que nos podemos forjar del personaje: una capacidad única para el vuelo mental que, afortunadamente, se mitiga y humaniza a través del gusto por el detalle cotidiano. En la escuela era el santo cristiano que parecía menos distante sea por la anécdota del niño que, cubo tras cubo, quería meter todo el mar en el hoyo que había cavado en la arena, algo tan imposible como entender el misterio de la Santísima Trinidad, sea porque Agustín, según se nos decía, antes de llegar a ser santo había sido un pecador asiduo y un libertino amante de la sensualidad y los placeres.

Esto resultaba atractivo. Luego, en la Universidad, me hicieron estudiar 'La ciudad de Dios', un monumento del pensamiento del que nos llegaban algunos destellos, y leí por mi cuenta 'Las confesiones' porque lo recomendaba el autor de otras confesiones, Rousseau. 'Las confesiones' de Agustín de Hipona me pareció un libro deslumbrante y contagioso pese a que en los años universitarios yo marchaba en dirección contraria al autor, es decir, abandonaba el cristianismo y me entusiasmaba con el paganismo. Era una obra eléctrica, con un gran ritmo narrativo, compleja en su sencillez y de una sinceridad abrumadora.

No sé si es cierto que es la primera obra autobiográfica de la cultura occidental porque pienso que en las antiguas Grecia y Roma ya hubo mucho escrito autobiográfico, pero sí lo es que resulta conmovedor el esfuerzo de Agustín por enfrentarse, no ya a la Verdad —como valoran los teólogos— sino a la propia verdad, en minúsculas, algo desde luego mucho más difícil y fecundo. Aunque 'Las confesiones' sólo abarca la primera mitad de la vida de Agustín es fascinante ver como éste se pone a prueba continuamente a sí mismo como medio para hallar a Dios. Una experimentación fructífera también para quienes no esperan a ningún dios al final del camino.

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