Barcelonear / Barçalonear

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Barcelonear

He aquí una ciudad convertida en verbo. La oficina de turismo de Madrid ha hecho una campaña con la palabra de moda que dice “Este mes de mayo, ¡madrileñea!”. Alaska canta que “madrileñear es lo mejor del mundo” e Isabel Díaz Ayuso, en campaña y en pandemia, ha usado repetidamente el término para hablar de un modus vivendi ejemplar donde la gente se lo pasa pipa, siempre está a tiempo de empezar una nueva vida e incluso puede pasear sin el riesgo de encontrarse nunca más a su ex pareja. El concepto, por decirlo en forma de diccionario, sería "salir de casa y disfrutar de la capital". El eslogan tiene algo de estilo de vida donde la libertad es una birra. Si puede ser con amigos y a la hora golfa, todavía mejor. La publicidad –y la comunicación política todavía más– acostumbra a envolverlo todo con papel de seda. Canta las virtudes del producto pero esconde los defectos. Madrileñear, sin embargo, también podría significar moverse en un atasco perpetuo, respirar el aire más contaminado de España o vivir en la ciudad donde hay más desigualdad entre las rentas altas y la pobreza extrema. Si el barómetro son las cervezas, en Mallorca y en Catalunya se toman más que en Madrid. Y terrazas hay en la villa de Gràcia, en la rambla del Poblenou, en la Barceloneta y en ambos lados del Eixample. Cada zona tiene su talante, su olor y el batiburrillo de pieles tan propio de las ciudades abiertas. Cada edad tiene, también, su ciudad. Barcelonear, sin embargo, ¿qué sería? En una ciudad de tantas seseras como monteras, el reduccionismo puede convertirse en un ejercicio injusto. Pero puestos a jugar, intentémoslo. Barcelonear es la manga corta, es ir de casa al trabajo y del trabajo a casa, es ramblear irónicamente por la nostalgia. Es un atardecer de junio, de horas largas, tan mediterráneas. Es más una conversación por la tarde que una movida nocturna. Es entrar en una librería y remover. Y, si nos apetece, sin dar lecciones de nada, compartir unas cañas en una sombra tan discreta como nosotros.

Barçalonear

He aquí un club convertido en la picadora Moulinex. La gloria de la era moderna empezó con un gol liberador de Koeman -héroe y mito- hará pronto treinta años, y ahora se considera que con una patada en el culo del holandés se acabarán todos los malos agüeros. Ya no hay ni respeto ni paciencia. Los héroes son un cromo de álbum amarilleado y los mitos no nos duran ni los cuatro minutos del tiempo añadido. Los contratos de dos años son papel mojado y los proyectos dependen de un cabezazo de Dembélé o de una falta de Messi a la barrera. Barçalonear es, desde hace un tiempo, romperlo todo sistemáticamente, contar los títulos que se pierden y no celebrar lo suficiente los que se ganan. Las nuevas generaciones periodísticas ya no toleran un empate. Una derrota, por lo tanto, es el fin del mundo. Dos, el caos más absoluto. Hemos olvidado que es deporte y que la gracia -una de ellas- es que el guion es imprevisible, que el azar también juega, que el árbitro influye y que no siempre gana el mismo. Ni el que tiene más presupuesto, ni siquiera el que juega mejor o el que más se lo merece. Ni el que nos gustaría a nosotros. Porque cada club tiene un “nosotros” masivo y obsesivo detrás del cual también se cree el centro del mundo. Y hay aficiones, la gran mayoría, que no han visto ganar nunca nada a su equipo y están siempre allá -pandemia al margen- con la fe de los tercos. Los culés, de memoria corta para lo que nos conviene, hemos olvidado de dónde venimos. Hoy hace tan solo nueve meses que con Bartomeu en el palco y Setién en el banquillo el Bayern Múnich nos clavó el 8-2 de la vergüenza. Jugaban Ter Stegen, Semedo, Piqué, Lenglet, Alba, Sergi Roberto, Busquets, De Jong, Vidal, Messi y Suárez. Ocho de ellos jugaron este martes contra el Levante con Koeman, siete de ellos jugaron en Anfield la noche del 4-0 con Valverde. El paraguas del entrenador siempre es muy cómodo para los jugadores de la plantilla mejor pagada de la historia del deporte mundial. Ahora querrán que venga Xavi Hernández –héroe y mito– y todo irá como la seda hasta que los que se jactan de no ser resultadistas lo vuelvan a medir todo por el filtro del resultado. El marcador siempre manda. Un, dos, tres, picadora Moulinex.

Xavier Bosch es periodista

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