Queridos amigos que vivís en Madrid, espero de verdad que no os hagáis daño y celebro ver cómo vais cayendo del guindo.
El espectro de una determinada política prepotente y autoritaria, que te pone entre la espada de vivir la humillación y la injusticia y la pared de tus ideas y la identidad diversa, empieza a mostraros también a vosotros sus tentáculos. Los intolerantes, la reacción, los que están dispuestos a destripar la democracia antes de aceptar el cambio o escuchar al disidente, hoy os desafían también a vosotros, y no solo desde la ultraderecha.
Después de años de simplificación al absurdo del porqué del crecimiento del soberanismo en Catalunya, que obviamente sí, se ha equivocado en muchas, muchísimas cosas, es ahora a vosotros a quienes os empujan a la simplificación y a elegir, para decirlo sin rodeos, el punto de observación de la playa de Omaha. El periodismo que intenta perseguir la honestidad y huir del autoengaño no parte de una mirada neutral con la ultraderecha, ni con la injusticia flagrante, ni con los muertos en el Mediterráneo, sino que tiene la obligación de poner luz sobre determinadas realidades.
Hoy, la campaña electoral en Madrid pone de manifiesto la potencia de algunos partidarios de ideas xenófobas, racistas, violentas, machistas, homogeneizadoras, de gente dispuesta a trinchar las reglas del juego democrático. Este discurso del odio de esta España una y homogénea tiene un amplio apoyo en determinados estamentos del Estado que conectan con una alma antigua.
Disfrazado de nuevo-rico, hay un Madrid que se ha convertido en un agujero negro que absorbe con fuerza recursos del Estado y del resto de territorios con la excusa de la capitalidad y sin que al resto de España haya parecido importarle hasta ahora. Madrid es hoy una especie de distrito federal en el que se hacen negocios con el BOE, donde se pagan pocos impuestos y donde la derecha actúa de contrapoder de la Moncloa. Donde se miente sobre el número de muertes por covid y donde parte de la prensa se aliena en las trincheras ideológicas o en los lugares de mando de la propaganda sin hacerse preguntas. Un Madrid que el día 4 de mayo puede radicalizarse todavía más y quedar en manos de Ayuso y Monasterio, que interpretarían la victoria como un trampolín hacia las más altas instituciones, desde donde se puede aplicar la más reaccionaria visión de España.
El ambiente guerracivilista madrileño es preocupante para cualquiera que no participe de la idea del cuanto peor, mejor, y aspire a situar en el debate intelectual y el contraste de ideas el progreso de la sociedad en su conjunto.
El espectáculo de la señora Monasterio en el debate de Telemadrid llegó al colmo viernes en el debate de Àngels Barceló en la SER, en el que parece una campaña de propaganda política extremista milimetrada y que ha conseguido su propósito, especialmente en las redes sociales. El arte de la manipulación y la provocación se escenificó menospreciando una amenaza de muerte para restar credibilidad a un contrincante político y blanquear a los violentos. Así quedaba en evidencia una vez más el ínfimo nivel de Monasterio y los suyos, pero también el éxito que ha obtenido poniéndose en el centro de la campaña, eclipsando las ocurrencias populistas de la popular Ayuso y convirtiéndola en simple rentista de los esfuerzos de los que son sus socios potenciales de gobierno.
Con la ultraderecha en el centro del debate, el fascismo se va inoculando en la sociedad española, excepto si se ponen límites a la mentira y al discurso del odio. Obviamente, también en la sociedad catalana, donde en el Parlament hay varios representantes del mismo partido que tienen una legislatura por delante para intentar hacerse todavía más numerosos cultivando el odio.
La ultraderecha española está detectada y tiene fuerza. ¿Y ahora qué? ¿Cómo se la combate? Mi respuesta es que solo con argumentos y trabajando. No creo que sea una buena señal utilizar recursos ad hoc -como un nuevo sistema de elección parlamentario para evitar que tengan un senador-, porque el victimismo les favorece. El fascismo se combate solo con argumentos, sin rehuir de los temas incómodos y dejando de lado la corrección política si sirve de excusa para evitar temas que son inaplazables.
¿Y los periodistas? Pues a trabajar sin hacerse los sorprendidos cuando el monstruo se deja ver. El periodismo tiene que salir de la zona de confort y entender que no tiene amigos en la política, sino principios que sirvan para observarlos a todos, sean independentistas, soberanistas, fascistas, socialistas o ultraderechistas. Si quieres hacer periodismo te tendrás que arriesgar a quedarte solo. El resto es taquigrafía o likes en las redes.
Esther Vera es directora del ARA.