Hora zulú. Empieza la guerra. En Barcelona, por lo que he visto, el conflicto pone en marcha a las cuatro y media de la tarde. Primero cayó esa bomba. Mirad. Volvíamos mi amigo y yo de comer. Él es tendero de la Barcelona vieja. Cuando cierra al mediodía ya pasa caja modo Señor Esteve y su barriga maneja otro reloj. Hicimos un bocado pasadas las tres. No arreglamos nada. Y después dijimos que tomar un café para ver si podíamos solucionar al menos alguna cosita.
Nos sentamos en un bar de la plaza del Pi. Nos atendieron con la lengua propia, oficial, natural, real de Cataluña: aquel castellano que no entiende, casualmente, sólo el catalán, pero sí el inglés, el francés, el italiano, el portugués... Bien, da igual , porque servidor va con armamento propio, y ataco sólo en mi lengua impropia, artificial, irreal, y toca-cojones-ovarios-y-todo-lo-que-haga-falta-para-reproducirme-al-momento. Pero ese día el tío de pataco nos dijo que no a golpe de granada de mano. Que a esa hora no servían cafés. Sólo cócteles, combinados de todos los colores caleidoscópicos, ácidos clorhídricos para despegar y surfear en las nubes mediterráneas. Pero café, es decir, esa bebida hecha por infusión de las semillas de café tostadas y muchas, se ve que no. Sólo alcohol, y de aquél que cuesta billetes. Por cierto, tampoco puedes sentarte en la terraza solo. Todo a partir de dos personas. Vamos, a parir panteras.
Esto ocurre en la plaza donde tiene su sede la Asociación Antic Gremi de Revenedors. Que son unos tipos que están en esta ciudad ininterrumpidamente desde 1447. Faltaban aún cinco años para que naciera Leonardo da Vinci, para hacernos una idea. Esto ocurre junto a un amigo que tiene una tienda en la Barcelona que va por el camino del siglo. Si esto ocurre es que ésta no es una ciudad. No poder tomar un café a las cuatro y media de la tarde y que te obliguen a ver otros brebajes en vena es propio de esclavos. Manta sitios así. Una ciudad que no te permite levantar una pequeña taza con un poco de cafeína a cualquier hora del día, que te prohíbe sentarte en una terraza, que te barre a gritos de las mesas de los restaurantes, que no entiende, ni quiere hacerlo , la lengua del país que le emplea, que te tira como si fueras una bolsa de residuo radiactivo después de una explosión en una central nuclear, no es una ciudad libre: es una ciudad ocupada.
Carles Soldevila, cronista del Cabo y Casal, periodista, escritor, educador de las clases barcelonesas, profesional del civismo, amante a muerte de Barcelona, cuando desembarca del exilio en 1941 escribe: “Ha sido ahora, al volver a Barcelona, cuando de repente me he encontrado desamparado, como si en mis años tuviera que volver a empezar”. La ciudad franquista, la Barcelona rebotando rodando como la cabeza de un pollo decapitado señalando un camino de sangre, ya no es la suya. Ni la de los suyos. De los que perdieron. En 1939 y 1936. Él se esfuerza "para salvar el recuerdo de una Barcelona condenada a un inminente y definitivo naufragio". Pero, por favor, no se equivoque. No es nostalgia, melancolía, pena, tristeza. No.
La hora zulú, el tiempo de la guerra, del combate, de la batalla, es entre una ciudad educada y una ciudad maleducada. Y Barcelona va perdiendo la lucha. Ésta es una ciudad sin ciudadanos, sin habitantes, sin personas. Ésta es una ciudad de bestias, barridos, ignorantes, mejillas, insolentes, desvergonzados, analfabetos... Esta es una ciudad que ya no quiere personas despiertas que toman cafés. Ésta es una ciudad que quiere criaturas dormidas por la borrachera del alcohol que lo permite y lo olvida todo. Ésta ya no es una ciudad: es una maldad.