El cambio en Alemania y el futuro de Europa

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El candidato a nuevo canciller alemán Olaf Scholz

Alemania ya tiene nuevo gobierno. La era Merkel, ahora sí, llega a su fin. La primera ministra conservadora ha marcado el rumbo del continente en el siglo XXI, y lo ha hecho con determinación en medio de un complicado encadenamiento de crisis: económica, ambiental, migratoria, institucional (Brexit) y pandémica. La falta de credibilidad de las instituciones europeas, que ya venía de antes, se ha hecho más patente durante estos lustros y solo el liderazgo moral y pragmático de Merkel, como cancillera del país más fuerte y estable del continente, ha permitido salvar los muebles del proyecto europeo. Tan solo hay que ver lo que ha pasado ahora en Suecia con la efímera elección de la primera mujer primera ministra, que apenas elegida ha perdido la votación de los presupuestos y ha renunciado temporalmente al cargo. O los casos de caída en la pendiente autoritaria nacionalista de Hungría y Polonia. Las democracias del Viejo Continente, sean las más veteranas como la sueca o las surgidas de la caída del bloque soviético, asediadas hoy por la ultraderecha, los populismos y la fragmentación partidista, viven en la precariedad institucional. España tampoco se escapa de esta deriva. Y la suma de inestabilidades de los países miembros no hace sino proyectarse y debilitar una Unión Europea, por otro lado, muy alejada de los ciudadanos.

En este contexto, el ejemplo alemán vuelve a ser un lugar seguro. La coalición entre socialdemócratas, verdes y liberales supone un tranquilo cambio de rumbo que refleja una nueva centralidad ideológica con acento ambientalista y social. Está en sintonía, pues, con el nuevo keynesianismo económico global y sirve, al mismo tiempo, como dique plural de contención contra la demagogia de la ultraderecha. De la gran coalición centrista de los últimos años, formada por conservadores y socialdemócratas, se pasa a otro tipo de gran consenso de centroizquierda que une tres culturas políticas con experiencia de gobierno y alejadas de radicalismos; unos partidos, además, que entienden lealmente y seriamente la cultura del pacto y la coalición, y que anteponen el interés colectivo a la esgrima partidista.

El que ahora emprende Alemania es un camino nuevo que otros países podrían ensayar en el futuro, un camino que se basa en un programa de gobierno compartido por amplias capas de la población: lucha contra la pandemia, lucha contra la crisis climática, mejoras sociales para combatir las desigualdades (salario mínimo, pensiones, vivienda...), digitalización, modernización de la administración y búsqueda de la cohesión social (en su caso, con especial atención a los desequilibrios entre las dos Alemanias). Buscar estos grandes consensos es la manera más segura de avanzar sin provocar estragos. Habrá que seguir atentamente este nuevo gobierno alemán, y si prospera y se consolida, tomar nota y ejemplo en nuestro país y en Bruselas. Sea como fuere, una Alemania que genere confianza económica y aporte liderazgo político para hacer frente a las grandes crisis del siglo XXI es una buena noticia para una Europa que no va precisamente sobrada de optimismo.

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