Los candidatos a las elecciones del 12-M durante el debate electoral en TV3.
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La campaña electoral catalana termina más o menos como empezó: hay una idea bastante clara sobre quién puede salir ganador; no hay ninguna idea clara sobre qué gobierno se podrá formar y ni siquiera sobre si se podrá formar ningún gobierno; existe la evidencia de que el electorado del independentismo, a pesar de la desmovilización y el abstencionismo, sigue donde estaba y que es bastante más consistente que los partidos que lo representan; se constata que definitivamente los blogs se han roto y que pueden ser imaginadas alianzas de investidura o de gobierno que no eran concebibles durante el más crudo del Proceso (pero no darlas por seguras, ni mucho menos); se sabe, aunque no quiera admitirse, que no habrá ninguna declaración de independencia, ni unilateral ni negociada; se sobreactúan y se sobreescriben los romances de los salvapatrias; crece a un ritmo sostenido la ultraderecha, ahora también en la variante independentista ripolense.

Pero todo esto ya lo sabíamos. La campaña ha tenido sus golpes de efecto y sus momentos particularmente risibles, como suele ocurrir. Y, como ocurre también, todo esto acaba siendo pura gesticulación, búsqueda de cosquillas en los rincones escondidos del posible votante. El retiro meditativo y el regreso con revelación incluida de Pedro Sánchez marcó, ciertamente, el primer tramo de la campaña, pero ahora parece algo lejano y trivial, que solo sirve para que Feijóo y el PP hayan redoblado el alboroto que denunciaba Sánchez. En cuanto a los candidatos de los partidos grandes, Illa empezó buscando el voto que aún puedan apurar a los socialistas de Ciutadans (topónimos castellanizados, insultos de Matías Carnero contra Puigdemont) y habrá acabado haciendo guiños a los independentistas desencantados. Puigdemont, por su parte, ha hecho lo contrario: empezó reclamando su restitución, como Tarradellas, y ha acabado pidiendo el voto a los no independentistas que también se sientan desamparados. Pere Aragonès, por su parte, ha intentado hacer una campaña presidencialista, tratando de poner en valor la acción de gobierno y, por tanto, la idoneidad de seguir él en el cargo, pero su problema es que no tiene una acción de gobierno que luzca lo suficiente para aguantarse por sí sola como argumento. Los comunes y la CUP se han ofrecido para articular gobiernos progresistas, aunque ya acumulan algunos cadáveres dentro de los respectivos armarios (pero han hecho campañas sobrias y caudales, menos demagógicas que las de sus competidores y las propias en ocasiones anteriores) . Y los Ciudadanos de Carrizosa han llegado al mismo punto que ese mítico título de un libro de poemas de Lluís Alpera: “Surando en medio del naufragio final, contemple todas y cada una de las flores del núbil hibiscus”.

De fondo, todos los días, el horror del genocidio de Palestina, ahora con la invasión de Rafah, y el frío espanto del despliegue de armamento nuclear de Putin frente a Ucrania. “El mundo va a la catástrofe”, como escribía, irónico ma non tanto, el gran Estellés en sus Églogas. Con Catalunya dentro, aunque a veces pueda parecer que no.

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