Aún resuenan los rasgos de la guerra en Siria cuando muchas personas corren en el palacio presidencial de Damasco, ahora ocupado por los rebeldes, a hacerse una selfie con los soldados enmascarados. Se celebra el funeral por las víctimas de la DANA en Valencia y mucha gente se apresura a fotografiarse con el fondo de la familia real española. Observando las imágenes, el periodista Carlos del Amor comenta en su cuenta de X que la combinación de lágrimas y selfies es bastante rara. No podría estar más de acuerdo. Sobre todo cuando apenas hace cuatro meses de la muerte de la influencer de 14 años Moe Na Say precipitada fatalmente en una cascada de Birmania mientras se hacía una selfie. Journal of Travel Medicine ha reportado 515 muertes en los últimos años, especialmente entre los jóvenes.
Ahora que se acerca Nadal con su ánimo de convivencia puede ser pertinente preguntarnos qué hay en la raíz de este comportamiento egocéntrico, tan contrario al espíritu comunitario y cooperativo. La realidad es que a principios del siglo XXI uno de los ejes predominantes en nuestra sociedad ha sido el sentimiento identitario, pero en los últimos años observamos cómo es sustituido progresivamente por el narcisismo. El conocido coach noruego Thomas Erikson cuenta en su libro Rodeados de narcisistas que estamos educando a una generación que se cree mejor que nadie. No tengo la convicción de que sea esa creencia la que orienta al narcisismo sino más bien el individualismo galopante que está detrás del modelo social predominante.
Un narcisista es esa persona que se siente el centro del Universo, que sólo tiene ojos por sí misma, en un ejercicio de espejo continuo. Precisamente esta imagen es la que nos recuerda al Narciso mítico de Ovidio, el joven orgulloso e insensible que se enamora de su propio reflejo en el agua, y que da nombre al trastorno psicológico. Este foco constante sobre el propio "yo" convierte a las demás personas en invisibles, salvo que pueda manipularlas en beneficio propio. Desde su atalaya de perfección, mira a los demás sin verlos, nunca escucha, no tolera la crítica, no acepta ninguna responsabilidad y disfruta hablando y vistiéndose por ser el centro de atención. Seguro que ha dibujado en su mente el rostro de alguna persona conocida que es así. Y es normal, porque el narcisismo patológico no supera el 3% de la población general, pero si nos referimos a rasgos de carácter, entonces llega al 20% –y sigue creciendo.
La cuestión a dirimir es cómo las redes sociales están reforzando ese individualismo que acaba comportando actitudes tan ególatras. Varias investigaciones de Panek, Kanavan o Kapoorel hasta el 2021, han explorado –y confirmado– la hipótesis de que los medios sociales reflejan y amplifican los crecientes niveles de narcisismo en nuestra cultura. Según los estudios se podría considerar a Facebook e Instagram como espejos y X o TikTok como megáfonos de la obsesión social sobre uno mismo.
"Yo, yo, yo" parece ser el lema de hoy. Pero, contrariamente a lo que piensa Erikson, las personas narcisistas en realidad no creen que sean mejores que todo el mundo ni tienen una autoestima elevada, aunque lo parezca. Todo es pura apariencia. Precisamente, es su inseguridad profunda la que les conduce a ese comportamiento superficial y vanidoso. El problema es que las redes sociales lo refuerzan. Cuantas más visualizaciones se consiguen, el comportamiento es apoyado con más "me gusta", los famosos likes, objeto de deseo de quien sufre algún tipo de déficit afectivo, en una espiral que acaba convirtiéndose en una cárcel psicológica.
El impacto sobre las personas individuales es considerable. Un estudio de las universidades de Birmingham, Edimburgo y Heriot-Watt, en Reino Unido, mostró que quien publica selfies de forma exagerada suele tener relaciones más superficiales, peor sentido de la intimidad y mayor soledad que los que no lo hacen. La exhibición pública, en consecuencia, debilita el vínculo afectivo que existe en la vida real.
Pero el efecto sobre el entorno es también notable y, por último, determina el tipo de sociedad que construimos. Las personas con rasgos narcisistas pueden hacer sufrir mucho a quienes tienen a su lado. Si son líderes, crean organizaciones enfermas al rodearse de víctimas que consideran fácilmente manipulables. A su vez, generan un modelo social cada vez más individualista, lo que debilita los lazos cooperativos y comunitarios, tan necesarios para nuestra supervivencia.