El combate en el frente del espíritu

Armand Obiols y Mercè Rodoreda, en Roissy-en-Brie
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El MHP Quim Torra, en su último libro Armand Obiols, de una frialdad que arde (Empúries, 2024), relata el momento en que el intelectual sabadellense se hace cargo de la dirección de la Revista de Cataluña –que ahora celebra su centenario– reaparecida en enero de 1938, en plena guerra de España. YTrabajo, el órgano central del PSUC, le hace una entrevista el mismo 23 de enero en la que Obiols justifica su sentido: “por la libertad y por la vida de la Patria”.

En concreto, sobre la misión de los intelectuales en guerra, Obiols afirma en la entrevista: “De todos los frentes donde Cataluña debe velar y combatir, el frente del espíritu, desde julio de 1936 para la presión dramática de exigencias más inmediatas, ha sido el más descuidado, no el más despreciable. La Revista de Cataluña, órgano renacido de la inteligencia catalana, viene a luchar en ese frente. Habrá que saludarla con emoción, como si saludáramos a un nuevo combatiente, inesperado, pero eficacísimo”.

Pues bien: encuentro absolutamente pertinente la mención a que una revista de alta cultura –en un solo año, más de 2.000 páginas extraordinarias escritas por colaboradores excepcionales– fuera entendida como un nuevo combatiente eficaz “en el frente al espíritu” de aquella guerra. Y lo es porque, en las horas bajas que actualmente vive el independentismo, uno de los reproches más crudos que se le hacen es que prestara tanta atención al frente del espíritu y le faltara conciencia de la gravedad del frente de la lucha pura y dura por el poder político.

Se trata de una crítica que apoya en el viejo tópico que a los catalanes nos pierde la estética. Así, suele hacerse escarnio de haber hecho bandera de lo que Muriel Casals calificó de “revolución de las sonrisas”. Se ríe del orgullo de luchar sin dejar ningún papel en el suelo. Se burla del extraordinario esfuerzo de reflexión que supuso la publicación de más de medio millar de volúmenes sobre el proceso. Incluso se hace sarcasmo de los trabajos de expertos del derecho por haber estudiado la posibilidad de una transición hecha democráticamente y sin poner en riesgo la seguridad de las personas y las instituciones, garantizando en todo momento sus derechos fundamentales: lo que se ha querido ridiculizar con la expresión "ir de la ley a la ley".

La sonrisa, el aseo, la reflexión o el respeto a los derechos, desde mi punto de vista, nunca representaron ninguna debilidad por el proyecto independentista, sino una de sus grandes fortalezas. Y una fuerza que, cuando "lo volvemos a hacer", habrá que recuperar aún con más urc. Por dos razones principales. La primera, porque en una sociedad como la catalana, económicamente avanzada, socialmente desarrollada, culturalmente consistente, relativamente acomodada, y en el marco de un entorno político que ama la estabilidad, una “revolución” como la de la independencia en el siglo XXI sólo puede hacerse si se supera lo que los economistas conocen como “aversión al riesgo”. Si el Primero de Octubre de 2017 se pudo ganar un referéndum, fue porque –con la ayuda inestimable del adversario– una mayoría de catalanes, con una enorme confianza en sí mismos, creyeron que el riesgo de permanecer en España era mayor que el de dar el salto a la independencia. Y si ahora viven aturdidos en el desánimo es porque la menor percepción de riesgo ha vuelto a la banda del ocupante.

Pero la segunda razón para considerar que la lucha en el frente del espíritu aportó una gran fortaleza es porque lo que está en juego, con la independencia, no es principalmente la posibilidad de unas mejores políticas sociales que las que pueda ofrecer España, ni siquiera un mayor bienestar económico, sino porque lo que nos jugamos es, justamente, el espíritu. O, si se desea, el futuro de la nación, con la posibilidad de construir una digna identidad de pertenencia.

El propio Obiols, en la entrevista de Trabajo, decía: “Nuestros enemigos, que cuando de la profunda realidad de Cataluña se trata son, a menudo, más sagaces que nosotros mismos, nos indican bien, con la simple dirección de su odio, cuáles son las cosas que nos hacen irreductiblemente fuertes. El odio a la lengua catalana, el odio más feroz todavía, a todo lo que en la lengua y por la lengua se manifiesta, ha sido siempre el inefable aglutinante de la anti-Catalunya”.

Quizás sí que a la hora de la verdad faltó el olfato de poder que tuvo el adversario. Pero en ningún caso sobró lo que también Nicolau de Olwer escribía en la editorial del primer número de aquella nueva etapa de la Revista de Cataluña, titulado “Otro frente”: “es nuestro deber de ofrecer en Cataluña, en horas trágicas y gloriosas, lo mejor que tenemos: nuestro espíritu”.

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