Una comedia política

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Pedro Sánchez, de espaldas, en una de sus intervenciones de ayer en el Congreso.

1. Nudo. Parecía que Pedro Sánchez haría un De Gaulle: irse para volver como redentor cuando la situación se desbordara. Hasta el último momento el presidente ha seguido un ritual que llevaba en esa dirección –aunque costaba acabárselo de creer–. Y ayudaba también la expresión de desencanto que emitía su rostro, un tono decaído que sonaba a renuncia, con el acompañamiento de referencias reiteradas al ámbito privado. El secretismo y la gestualidad previos a la solemnización de sus meditaciones de estos cinco días de ejercicios espirituales familiares parecían confirmar una sospecha, y el encuentro previo con el rey parecía avalarla. Hasta que de golpe concretó: "He decidido continuar, con más fuerza si cabe, al frente de la presidencia del gobierno de España". ¿Por qué, pues, ese revuelo? ¿Tensar la cuerda para hacer más miserables los comportamientos de determinados sectores políticos y mediáticos que atacan sin contemplaciones al adversario?

Resultado de todo: una sensación de alivio sin demasiadas ilusiones en aquellos sectores que ven con preocupación el rumbo de la derecha hacia el autoritarismo posdemocrático. Una impresión reforzada por el discurso de la frustración de Feijóo, a piñón fijo, con una sola idea repetida mil veces: Sánchez es el pasado. Siempre adornada con la cadena de insultos de ritual, que, con la mirada apagada y el rostro poco expresivo que caracterizan al líder del PP, suenan más bien a letanía del perdedor. En estos cinco días, para mucha gente se ha visualizado que no existía alternativa ni dentro ni fuera del PSOE. De nuevo se imponen las inercias del mal menor.

Pedro Sánchez se ganó fama de táctico hábil en su conquista del poder, y enseguida cualquier paso suyo se lee como un encadenamiento de cálculos en beneficio de su posición. Es cierto que sorprendió a todo el mundo cuando la vieja guardia del PSOE de Felipe González lo descabalgó pensando que se lo quitaban de encima y él, coche y manta, recorrió las sedes del partido y, contra todo pronóstico, acabó tumbando a los que se consideraban propietarios del PSOE, como después acabó con Rajoy, entre la perplejidad de propios y extraños. Cosas que ocurren en momentos de cambio, en los que los instalados no han sido capaces de entender que su tiempo ha terminado. ¿Ha tocado techo Sánchez?

¿Alguien cree realmente que en este “me voy pero me quedo” hay una jugada calculada? Como en tantas cosas de la vida, se quiere borrar demasiado el factor humano. La incidencia de una crisis personal (y familiar) me parece evidente en ese caso. Las grandes jugadas tácticas son muy a menudo una conjunción de sentido político y casualidades del momento. Veremos ahora cómo se decanta todo. Y por lo que se ha visto enseguida, el PP no aporta ni una propuesta nueva. Buenas noticias para el presidente.

2. Desenlace. ¿Realmente ese numerito marcará un salto adelante en la peripecia de Sánchez, o va hacia un callejón sin salida? ¿Habrá una reacción ciudadana? Aunque sea momentáneamente, ¿Pedro Sánchez podrá capitalizar ese momento? ¿O, por el contrario, se habrá visto como una coquetería que más bien suma descrédito y transmite sensación de agotamiento? El PP, atrapado en su discurso circular, incapaz de ver más allá de la retórica de buenos y malos, puede serle de ayuda. La descalificación rutinaria del adversario, sin alma ni ideas, termina cansando. Y, en cualquier caso, ahora la ventaja para Sánchez es que es más útil para la mayoría de partidos, excepto Vox y el PP, que Feijóo. En Catalunya, especialmente. La derecha tendrá que seguir esperando.

Pero no nos engañemos, PP y Vox no son una rareza española. Tienen un perfil similar a la mayor parte de las derechas europeas en este ritmo acelerado de deriva hacia el autoritarismo postdemocrático. Y es ahí donde tiene valor la resistencia de Sánchez. ¿Hasta dónde aguantará? En parte dependerá de lo que hagan las derechas periféricas: y de momento el PNV sigue ligado al PSOE y Junts está pendiente de hacerse mayor. Sin embargo, Sánchez tiene margen. Y la mentalidad de vía estrecha del PP y sus dependencias lo ayudan. Aunque una parte poderosa del Estado le tiene ganas y, sin embargo, son imperativas reformas como la de la justicia, un poder arrastrado en parte por la derecha a la confusión.

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