Competencia desleal con beneplácito real

El rey, Felipe VI, y el presidente chino, Xi Jinping, en la llegada a su encuentro este miércoles
Economista
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La visita del Rey de España esta semana a China no ha sido un simple gesto diplomático. En términos económicos, representa una normalización absoluta de las relaciones comerciales con un país que, desde hace más de veinte años, ha desplazado miles de puestos de trabajo industriales en Europa a base de competir de forma desleal.

Cuando China entró en la Organización Mundial del Comercio en 2001, ya se alertaba de que no jugaría con las mismas reglas. Lo advertí en muchos de mis artículos y en mi ensayo El gran cambio, publicado en 2013 por Temas de Hoy: salarios bajos, incumplimiento sistemático de derechos laborales, ausencia de regulación ambiental y nula protección de la propiedad industrial.

El resultado fue un tsunami para nuestro tejido empresarial. Solo en España, sectores como el textil, el calzado, el mueble o los componentes de automoción vieron desaparecer miles de empresas en apenas una década. Según datos del Ministerio de Industria, entre 2008 y 2020 se perdieron más de 45.000 puestos de trabajo solo en el sector textil.

Durante mucho tiempo denunciamos esta situación como competencia desleal. Pero ahora que China no solo produce, sino que también compra, así que todo parece perdonado. Y ahí entra en juego la visita del Rey: un gesto que no solo blanquea la posición internacional de China, sino que da por cerrado un episodio sangrante de deslocalización y destrucción empresarial. 

Vamos a ver. Es cierto que Pekín ha avanzado. Ha mejorado en materia de propiedad intelectual, ha desarrollado sus propios sistemas de patentes e incluso ha comenzado a perseguir la copia industrial en algunos sectores. También ha subido el salario mínimo y ha reforzado ciertas condiciones laborales. Pero el acceso a su mercado sigue siendo opaco. Las empresas extranjeras están obligadas a compartir tecnología, y los requisitos regulatorios son ultra proteccionistas. Es asimétrico. Para China es más fácil salir que para las empresas occidentales entrar.

Estas prácticas continúan generando un desequilibrio para las empresas europeas obligadas a normativas estrictas, tanto laborales como ambientales. Así, mientras aquí pedimos cada vez más responsabilidad a empresas y consumidores, en China la producción sigue marcada por una flexibilidad extrema… en todos los sentidos. Pero ahora abandonamos las exigencias que hacíamos hace años y abrazamos con entusiasmo su capacidad inversora, su inmenso mercado y su potencial tecnológico. 

Pero detrás de cada foto oficial ha habido una persiana bajada. Detrás de cada acuerdo, una nave industrial vacía. Lo que esta semana se ha consolidado no es solo una alianza, sino la constatación de una derrota por la batalla de la competencia desleal que trajo allá por 2001 la globalización.

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