El presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón, recibió en audiencia al diestro Enrique Ponce el pasado 8 de octubre.
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Las celebraciones del Nou d'Octubre, Día nacional del País Valenciano, transcurren por segunda vez bajo el gobierno que preside Carlos Mazón (“Este manyaco, este charlista, este sanguango”, en palabras de Francesc Viadel) y que reúne en su interior al PP y Vox. En el casi año y medio que llevan al poder, han quedado claras las prioridades: un retroceso hacia las políticas económicas de los años ochenta y noventa (ladrillo y turismo, como si fuéramos de nuevo a los años del pelotazo), un intento de conectar –en cuanto a la forma de entender la gobernanza– con la etapa dorada, corrupta y viciosa del aznarismo (Mazón no deja de ser un producto de la factoría Zaplana) y una beligerancia abierta y total contra la lengua y cultura catalanas, que son la lengua y la cultura valencianas. Autoodio y odio contra todo lo que suene a catalán, como forma de expresión de un ultranacionalismo españolista que enlaza sin reparos con su tradición más agresiva, bestia y casposa. Y esto todavía es la anécdota. La categoría es una ley que han llamado de libertad educativa y que es un ataque en toda regla, precisamente, contra las libertades ciudadanas y contra la enseñanza pública. La última ocurrencia es regalar el B2 o el C1 de valenciano a todo el mundo que haya estudiado secundaria del 2009 hacia aquí. Eso sí: en contraposición con los silvestres miembros de su ejecutivo, Mazón se encarga de presentarse como un personaje supuestamente moderado, popular y populista (regala entradas para conciertos, se hace grabar cantando o escapándose del despacho para ir a tomar una horchata), meticulosamente iletrado (en esto no debe fingir) y simpático, con el tipo de simpatía de los presentadores de concursos televisivos. Seguramente le funciona: un sondeo publicado por Prensa Ibérica con motivo del Nou d'Octubre le otorga 46 escaños al PP en unas hipotéticas elecciones, cerca de los 50 que marcan la mayoría absoluta en las Corts Valencianes. Compromiso bajaría de los 15 a los 11 escaños, y la suma con el PSPV (34) no bastaría para llegar a los 46 del PP, y por tanto, para pensar en reeditar los gobiernos del Botánico.

Así están, más o menos, las cosas. Simultáneamente con este panorama, sin embargo, y en contra de lo que algunos predican, la Comunidad Valenciana (los mismos que se indignan cuando oyen “País Valenciano” dicen en cambio “País Vasco” sin hacer aspaviento) tiene una sociedad civil fuerte, diversa , dinámica y todo lo que ustedes quieran, como diría Fuster, en todos los ámbitos: político, científico, artístico, literario, comunicativo, empresarial y lingüístico. Una sociedad civil que se enfrenta al reto de no sucumbir al victimismo –que tanto daño hace en Catalunya, por cierto– y que merecen mucho más respeto que la condescendencia y la proverbial ignorancia que les dispensan algunos hermanos catalanes, y algunos otros isleños. A veces el mal no viene sólo de Almansa, sino también de unos incomprensibles aires de superioridad de unos respecto a otros dentro de los Països Catalans, y del desconocimiento de realidades bastante más complejas de lo que se aprecia a golpe de tópico.

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