La 'consejería del catalán' y los retos lingüísticos de Cataluña

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El momento Hulk de Pere Aragonès

Cataluña tiene planteados retos enormes. Luchar contra el cambio climático, superar las desigualdades sociales, erradicar las violencias machistas, reflotar su sistema educativo o aliviar las dificultades para acceder a la vivienda son algunos ejemplos.

Cataluña también tiene planteados grandes retos lingüísticos. Cataluña debe decidir, por ejemplo, si quiere ser trilingüe o no. Los planes de impulso del inglés se han diluido hasta desvanecerse, y el sistema educativo sigue sin capacitar adecuadamente a los alumnos en esta lengua. En la universidad se ha descartado pedir a los graduados que acrediten un B2 porque muchos no alcanzan el nivel, y nadie tiene ningún serio plan para conseguirlo. Mientras, el conocimiento social del francés se ha evaporado, algo poco comprensible en un país tan conectado con Francia. Los alumnos que estudian francés como primera lengua extranjera son anecdóticos. En las últimas pruebas de competencias básicas de 4º de ESO (2023), 67.134 alumnos se examinaron de inglés y sólo 577 de francés. Por su parte, el número de alumnos que estudian dos lenguas extranjeras, siguiendo la recomendación europea aprobada irónicamente en Barcelona, ​​es residual.

Cataluña también debe decidir qué quiere hacer de las lenguas que aportan las personas migrantes. Enseñar las "lenguas de origen" a los hijos de estas personas en horario extraescolar es algo; proyectarlas en el conjunto de la sociedad es otra. Las escuelas oficiales de idiomas, por ejemplo, han incorporado a sus cursos oficiales al coreano, una lengua que apenas tiene hablantes en Catalunya, pero siguen ignorando al urdu.

Y, por supuesto, Catalunya debe seguir salvaguardando sus propias lenguas. El sintagma es en plural porque el Govern también debe salvaguardar el aranés; ésta no es una tarea que se pueda subcontratar simplemente en el Consejo General de Arán. En la última Encuesta de Usos Lingüísticos de la Población (2018), casi la mitad de los entrevistados confesaron que desconocían que el aranés es oficial en Cataluña. Es comprensible: fuera del Valle, los ciudadanos tienen muy pocas oportunidades de percibirlo.

Por lo que respecta al catalán, el principal reto que tiene Cataluña es mantener su extraordinaria vitalidad y funcionalidad, que son el fundamento de su relevancia social. En este contexto, puede ser interesante valorar la propuesta del candidato de Esquerra a la presidencia de la Generalitat, Pere Aragonès, de crear una "consejería del catalán".

Lo primero que podemos decir es que quizá no sea buena idea lanzar esta propuesta después de decir que el catalán es "el nervio de la nación". Para los jóvenes catalanes, como Mushkaa o Alizzzz, que son los que salvarán el catalán, "nervio de la nación" resulta tan esotérico como "Espíritu Santo" o "Santísima Trinidad".

En segundo lugar, se trata de una propuesta electoralista. En su primer discurso de investidura (26 de marzo de 2021), Aragonés anunció que crearía un departamento de Feminismos. ¿Por qué no anunció entonces la "consejería del catalán"? En enero de 2024 se sacó de la manga un viceconsejero de Estrategia y Comunicación. Si tanta emergencia lingüística había, ¿por qué en tres años no se le ha ocurrido nunca crear ni que sea un viceconsejero "del catalán"?

En tercer lugar, la idea de que el o la responsable de la política lingüística de un gobierno tenga un asiento en el gabinete no es original. En el Consejo de Gobierno del País Vasco se sienta el consejero de Cultura y Política Lingüística, y las reuniones del gabinete de Gales tiene asiento el ministro de Economía, Energía y Lengua Galesa.

Finalmente, si la conselleria del catalán debe dedicarse a hacer políticas antiguas desde un escalón superior en el organigrama, su recorrido no será especialmente interesante. Más que un nuevo departamento, el catalán quizás necesita un nuevo enfoque. Antes de blindar otra vez la inmersión, quizás haya que escuchar más a los jóvenes. Lo que dijo Mushkaa, por ejemplo, contiene dos enseñanzas: primero, que muchos jóvenes salidos de la inmersión hablan un catalán que no es perfecto; segundo, que cuando aún así hacen el esfuerzo de hablarlo no se sienten reconocidos. Quizás sin darnos cuenta hemos retrocedido 40 años, cuando el catalán era la lengua "de la autenticidad" (sólo para los catalanes-catalanes) y el castellano, la "del anonimato", para utilizar los términos de Kathryn Woolard. Entre otras muchas cosas, el Gobierno catalán también debe defender el catalán macarrónico, porque la alternativa ya sabemos cuál es: "pues hablo en català".

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