¿Por qué consentimos el 'gobierno de los peores'?

Javier Milei.
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A lo largo del año que ahora comienza conmemoraremos los cincuenta años de la muerte de Franco. Será una buena ocasión para ver dónde estábamos entonces y dónde estamos ahora, como hemos cambiado en cinco décadas de democracia, autonomía y crecimiento económico. Estas visiones retrospectivas son necesarias, y el ARA seguro que dedicará atención. De hecho, hace poco podíamos leer un artículo del economista Paul Krugman, que reflexionaba, desde una perspectiva americana, sobre lo que ha cambiado en los últimos veinticinco años. El premio Nobel de economía empezaba constatando, sorprendido, hasta qué punto el optimismo que se respiraba en el 2000 se había vuelto hoy "ira y resentimiento".

"¿Por qué este optimismo se ha esfumado?", se preguntaba Krugman. Y respondía que el problema estaba en la falta de "confianza en las élites" para dirigir los asuntos públicos. En particular, "la crisis financiera de 2008 minó cualquier fe que la ciudadanía pudiera tener en la idea de que los gobiernos sabían cómo gestionar las economías." (Una variante de esta idea sería, en mi opinión, la constatación por parte de la ciudadanía de que la economía no se deja gobernar por la política, lo que hace la política menos de fiar). Y terminaba, sin embargo, con una expresión de esperanza: "Pero si nos mantenemos firmes frente a la cacistocracia –el gobierno de los peores– que se está haciendo fuerte en estos momentos, quizás con el tiempo encontramos el camino para volver a un mundo mejor."

Un mundo mejor ya existió. Y quizás valdría la pena volver. Fue después de la Segunda Guerra Mundial, después de la derrota de los fascismos, cuando Europa y en general el mundo occidental vivieron una época de prosperidad que se calificó como los treinta gloriosos (1945-1975), donde la expansión de la democracia y el bienestar estuvo acompañada de la reducción de las desigualdades. En Estados Unidos, que salió de la crisis de 1929 con políticas económicas expansivas, el presidente FD Roosevelt hizo suya una frase de un juez del Tribunal Supremo: "Los impuestos son el precio que pagamos por una sociedad civilizada" y, de forma consecuente, elevó el umbral de los impuestos que pagaban los más ricos. ¡Hoy cuesta creer que, en los años 1940 y 1950, los multimillonarios americanos pudieran llegar a pagar un 90% de sus ingresos en impuestos!

Pero a partir de los años setenta las tornas cambiaron. Empezaba lo que el historiador y sociólogo estadounidense Christopher Lasch describió como la "rebelión de las élites", que tendría consecuencias serias en el ámbito de la economía y la política. En un libro titulado La rebelión de las élites y la traición a la democracia (1995), Lasch analizaba la creciente desigualdad social en Estados Unidos, y lo hacía dando la vuelta al título de un célebre ensayo, La rebelión de las masas (1930), donde el filósofo José Ortega y Gasset formulaba la gran ansiedad que provocó entre las élites conservadoras la irrupción de las masas en la política de los años 1920 y 1930. Según Lasch, que era también un moralista, a finales del siglo XX , las nuevas élites, en un contexto económico dominado por la globalización, ya no vivían en el mismo mundo que sus conciudadanos. por tanto, ya no se sentían obligadas con la comunidad de la que cada vez formaban menos parte. , consienten, con su voto, el encumbramiento al poder de individuos tan poco de fiar como Trump o su discípulo Milei (a quien sus colaboradores llaman el Loco), que están a punto de iniciar unas políticas de reducción drástica del estado del bienestar –empezando por el desmantelamiento de la administración pública en Estados Unidos que ejecutará un multimillonario ultra como Elon Musk, a quien su amigo y admirador Milei ha calificado de "héroe"–. No tienen nada que ganar, pero siguen la consigna que les venden, en televisión y en las redes sociales, estos líderes histriónicos sentido que harán de Estados Unidos, o de Argentina, "un país donde el estado no regirá nuestras vidas": un país "libre" y, de nuevo, "grande"

La respuesta a esta pregunta es compleja y multifactorial, pero sin duda tiene mucho que ver con el grado de formación cultural Hace poco, el historiador italiano Carlo Ginzburg, miembro de una familia de intel· lectuales antifascistas, afirmaba que tras el triunfo de Trump "el fascismo tiene futuro", justamente a causa de una "manipulación de las masas" que persiste con las fake news. Es, más o menos, lo mismo que decía, con palabras más sencillas, el escritor valenciano Rafa Lahuerta, entrevistado por este diario: "Sin la literatura yo podría haber sido un votante de Vox" Y luego algunos se preguntan todavía qué utilidad podría tener la enseñanza de la literatura.

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