Delitos de blasfemia: o todos moros o todos cristianos

La humorista Lalachus mostrando la estampita.
3 min

Cualquier extranjero que hubiera visto las campanadas de este año en TVE y tuviera conocimiento de la polémica posterior no entendería absolutamente nada. Vería a una mujer que en un momento dado de la retransmisión en directo saca un cromo con la ilustración de una vaqueta y la enseña a cámara. Que este gesto haya ofendido a algunas personas podría llevarle a pensar que en España hay una religión que adora a los rumiantes cornudos. Habría que darle mucha más información para que se haga cargo de la gravedad de los hechos: que hay unas cosas que se llaman estampitas, que son representaciones de santos. Sí, sí, también dibujos, pero de figuras y personajes del pasado que los creyentes católicos tienen en alta estima, lo que quizá daría la impresión de que en la Península el catolicismo es hegemónico y mayoritario. Debemos decirle que no, que de hecho esta sociedad lleva décadas empezando un proceso imparable de secularización y que todas las encuestas describen una bajada abrupta del número de creyentes. Y pues, ¿a quién ha ofendido la broma si la mayoría no conoce a Jesús y María más que como figuras de pesebre? Pues a organizaciones particulares que no acaban de entender que en democracia Dios debe quedar por debajo de las leyes humanas, que los ciudadanos tienen todo el derecho de mofarse de símbolos que para otros son sagrados. En esto consiste precisamente la secularización de una sociedad: al desacralizar los elementos que la política religiosa ha estado imponiendo durante siglos. ¿Por qué debe ser más sagrada una estampita que el dibujo de Amy Winehouse que tengo yo colgado en la pared?

Pero las organizaciones de cristianos ofendidos, ¿nos preguntaría el recién llegado, pueden hacer esto? ¿Pueden denunciar a alguien por un cromo con un dibujo? Ay, trabajos tendríamos a explicarle la complejidad del tema de la libertad de expresión y que entienda que aquí se eliminó el delito de blasfemia, pero después se creó el de ofensa al sentimiento religioso. Para no envolver aún más la madeja no le explicaremos que la Iglesia católica, pese a tener menos seguidores que nunca, dispone de un poder inaudito en un país que en su Constitución dice ser aconfesional. Es decir, que no tiene preferencia por ninguna religión concreta y las trata a todas por igual. Principio que se incumple de forma sistemática y flagrante con un pacto postfranquista llamado Concordato según el cual quienes creen en la Inmaculada Concepción, la resurrección, ángeles y demonios y otros seres fantásticos merecen tener unos privilegios nada espirituales, unos privilegios de lo más mundanos y materiales. De hecho, sólo que se incautaran a la Iglesia todos los bienes infrautilizados de que dispone quizá se acabarían los problemas de vivienda.

A nuestro invitado deberíamos dejar bien claro que la opinión pública mayoritaria está en contra de este vestigio, el de las ofensas religiosas. Más aún desde quienes son o dicen ser de izquierdas, que en este sector se defiende la libertad de expresión por encima de lo que puedan decir las organizaciones religiosas. "¿O sea que aquí podría criticarse el islam?", nos preguntaría el pobre ignorante. Entonces deberíamos explicarle que depende. Que hay sectores de una derecha excluyente que no quiere inmigrantes que no hace más que criticar la religión de Mahoma mientras afirman que el cristianismo es parte de la nuestra cultura y debe defenderse y no se puede ofender, etc. Otros creen que se puede ofender a los católicos, pero no la religión de los musulmanes porque esto sería un delito de odio, islamofobia. Como verá el interlocutor que tenga la paciencia de escuchar todas estas explicaciones, el problema es que en esto de la libertad de expresión abundan los tramposos, quienes la defienden sólo cuando están de acuerdo con lo expresado. Y eso, por supuesto, no es libertad ni es nada, es pura hipocresía.

stats