En 2025 cumplirá 50 años de la muerte de Franco. Medio siglo y debemos ver cómo el franquismo sigue latiendo en Madrid. Deberíamos estar estupefactos. Pero simplemente lo encontramos casi lógico. ¿Por qué? Pues porque existe una corriente de fondo en España que se mantiene. Durante años quedó latente, amortiguado. Luego ha ido recuperando el aliento y perdiendo la vergüenza. Hasta que con Vox ha aflorado con toda su crudeza. El franquismo vuelve a estar normalizado en la calle y está presente en el Congreso, aunque ahora se disfraza torpemente de defensa de la democracia y la Constitución. Una defensa esperpéntica, histérica, con los brazos en alto. Una impostura fenomenal.
La resurrección del franquismo –con plegarias públicas incluidas contra la amnistía en el independentismo– es una derrota de la democracia, es el resultado del olvido de la memoria perpetrado en la era del felipismo. No debe extrañarnos, pues, que Felipe González haga el juego ahora a esta vieja nueva derecha ultranacionalista. Es también una dolorosa derrota de quienes lucharon contra la desmemoria, por ejemplo Vázquez Montalbán con ese monumento literario oportunamente reeditado,Autobiografía del general Franco, descarnado retrato del dictador, de su insignificancia personal, de su frialdad cruel, de su fanatismo criminal.
En la Transición, recordar el pasado negro era enfrentarse con los propios demonios y contradicciones, era tener que ponerse a limpiar la caspa del estado profundo, era denunciar a los torturadores y los silencios cómplices, era arriesgarse a un choque sempiterno de las dos Españas, era asumir la pluralidad nacional... Demasiado complicado, demasiado comprometido. Tras los valientes pasos iniciales (legalización del PC, aceptación de la legitimidad republicana de la Generalitat), se realizó una operación de maquillaje y una huida hacia adelante. ¿Prevaleció el miedo o la prudencia? El 23-F acabó de marcar los límites.
Se eligió el camino fácil: pasar página y venderlo como un perdón y una reconciliación. ¿El resultado? Medio siglo después, la serpiente nacionalcatólica y falangista que se escondió bajo la alfombra vuelve a aparecer y nos está envenenando a todos. Sencillamente estaba ahí, esperando su momento. Pero los jueces no están preocupados por ese retorno fascista, sino por una ley de amnistía contra unos ciudadanos que se atrevieron a poner unas urnas. Y salen a la calle –¡los jueces!– para oponerse a una ley que simplemente deberían vigilar que se cumpliese. con su mayoría plural tan diversa –del PNV y Puigdemont hasta Podemos–, tendrá la fuerza y la convicción para hacer la Transición que en su día no se atrevieron a hacer. Es decir, por ir hacia la plurinacionalidad. Lo que Sánchez tiene claro es que Feijóo se ha abrazado a Vox y que a él le ven como el enemigo a batir. Viendo cómo le están poniendo en el punto de mira de su política de odio, al presidente socialista no le faltarán ganas de aclarar de una vez tanta caspa ideológica. Otra cosa es saber si los suyos cerrarán filas, y cuando digo los suyos quiero decir no sólo la militancia o los varones, sino la gente, sus votantes centristas nacionalistas y una parte de la intelectualidad. Porque el enemigo elegido por la derecha –el catalanismo– es el que siempre aglutina al patriotismo español: un supergluno muy poderoso que engancha desde Aznar hasta el excomunista Tamames.
El otro supergluno es la misma derecha ultramontana que , como ha recordado Rufián, lleva las casi cinco décadas de democracia diciendo que España se rompe. Este otro superglú ha abierto una nueva mayoría en torno a Sánchez. La oportunidad está ahí. Que nadie, a ambos lados, en el PSOE y en el independentismo, se haga demasiadas ilusiones tiene dos significados: es a la vez una señal de madurez y una señal de dificultad. A ver qué ocurre. Pero estaría bien celebrar los 50 años de la muerte del dictador con un giro plurinacional que corte de pura cepa el neofranquismo, tanto el friki de la calle como el enquistado en los aparatos del estado. O eso, o una democracia franquista PP-Vox. Se aceptan apuestas.