La deriva autoritaria de las democracias
Trump sabe que lo encontramos vulgar, que sólo le hacen la garra por el tamaño de sus cañones y sus aranceles, y porque todas las cancillerías han tomado nota de que su mentalidad egomaniática necesita que el espejito mágico le diga cada mañana que él es el hombre más temido del mundo. Da igual que le monten una recepción a puerta cerrada si la tele puede enseñarle viajando en carroza junto a un rey y pasando revista a soldaditos de plomo.
Pero ese culto obligado a la personalidad del líder es más que el resultado de su inseguridad personal y la capitulación internacional combinadas. Es el síntoma de un retroceso de valores que nos afecta profundamente a todos porque marca la deriva de la democracia hacia el autoritarismo. Los americanos sabían que estaban eligiendo un presidente con ficha policial, antecedentes penales y golpista. Una parte no menor de la guerra cultural en el seno de las democracias es que hay mucha gente corriente que dice que tipos así los representan. Son muchos años de crisis económica, abandono del espíritu crítico y fomento del analfabetismo funcional.
Trump estuvo encantado de que despidieran a Stephen Colbert y entonces ya escribió "Kimmel es el siguiente". Y dicho, tal hecho. Trump es un autócrata de manual: el presidente no tolera que le pongan en evidencia públicamente en televisión. Y la mancha se extiende: la policía inglesa detuvo a cuatro personas por haber proyectado fotos de Trump y Epstein en los muros del castillo de Windsor. La crítica se castiga como disidencia. Sabemos de qué va. Aquí, no hace mucho, prohibieron el color amarillo en las fuentes ornamentales. El rey va desnudo. Nosotros no deberíamos ir.