La desintegración de Europa
Dice Martin Wolf que, en el contexto actual, con Trump a su bola y Putin normalizado, "Europa o está a la altura de las circunstancias o se desintegrará. Los europeos necesitan una cooperación más sólida en un marco robusto de normas liberales y democráticas. Si no lo hacen, serán aniquilados por las grandes potencias mundiales". Dicho de otra forma, Europa vive ahora mismo una situación crítica, que pone en evidencia que está encogida y justita de respiración, acorralada por dos autócratas que desprecian los valores de la modernidad occidental.
En estas circunstancias no valen las vacilaciones ni las mezquinas miserias de la política cotidiana. Las derechas y las izquierdas democráticas deben ponerse de acuerdo a la hora de afrontar la situación actual. Europa debe actuar con coherencia y consistencia, porque los adversarios han visto la oportunidad de marginarla y minimizarla y no frenarán en el intento de penetrar en las naciones europeas y neutralizarla desde dentro. Estados Unidos y Rusia, con Ucrania como instrumento de oportunidad, la tienen acosada, en un momento en el que abundan los liderazgos débiles y es profundo el desconcierto ciudadano. Las derechas europeas están sitiadas por la tentación autoritaria –que cada vez tiene más adeptos en sus votantes– y desbordadas por unas extremas derechas que les comen el espacio. Los gestos de Trump con Abascal son significativos. ¿Qué sabe el presidente americano de ese personaje? Sencillamente se lo han señalado como el peón que le puede abrir campo en España y arrastrar a un PP que se revuelve en la ambigüedad. Y, sin embargo, Feijóo se pone de rodillas y pide a Sánchez que no excluya a Vox de la reunión de su convocatoria para hablar de Ucrania y la crisis europea. ¿El enemigo en casa?
Europa se encuentra en un momento crítico y la unidad de los partidos no está garantizada. La tentación autoritaria se propaga. Los electorados se desplazan hacia la extrema derecha. El PP coquetea y pacta con Vox siempre que le conviene. En dos años Marine Le Pen puede ser presidenta de Francia, en Italia ya está Meloni, y la lista es larga. Las derechas democráticas no pueden vacilar a la hora de reforzar la potencia de una Europa a la baja, porque nos jugamos al paso a la irrelevancia.
¿Puede Europa ser capaz de construir una resistencia compartida a la amenaza autoritaria que se cierne por todas partes? No es fácil, porque no todas las derechas europeas tienen un compromiso inequívocamente democrático y sobre todo porque los nuevos poderes económicos, los que mandan en Washington –y en cierto modo en Moscú–, reconocen que la democracia les molesta. Y las instituciones morales europeas se van desdibujando. Afortunadamente, Friedrich Merz, el nuevo primer ministro alemán, ha apostado por la coalición con la socialdemocracia y ha dejado a la extrema derecha en la estacada. Que dure.