Palestinos cerca de un punto de distribución de ayuda humanitaria en Ciudad de Gaza, este jueves.
31/05/2025
Periodista
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Las manifestaciones de 2003 contra la Guerra de Irak fueron multitudinarias y numerosas en todo el mundo. La de Barcelona fue tan sonada que un par de generaciones nunca olvidarán ese "¡No a la guerra!" que sonó en las calles y llenaba de pancartas los balcones. Hasta el punto de que el expresidente Bush padre dijo lo que la política exterior de Estados Unidos no la decidirían los manifestantes de Barcelona.

Ahora, en cambio, con motivo del bombardeo de Israel sobre Gaza, que ha causado más 50.000 muertes palestinas, no hemos tenido nada parecido. No son situaciones idénticas (los asesinatos y secuestros perpetrados por Hamás explican la respuesta inicial israelí), pero el resultado es la muerte y el desplazamiento de población civil, y la reducción a escombros de toda la Franja de Gaza, en una escala sin precedentes, y no será por falta de precedentes en la zona.

Quizás es porque la protesta del 2003 era contra Bush pero también contra Aznar, que se fue a hacer el gallito geopolítico en Azores, y que, por lo tanto, la movilización popular interesaba a la izquierda catalana y española, que ahora no tienen ese incentivo para salir a la calle. O que venimos de una inflación de manifestaciones independentistas de utilidad limitada. O quizás es que 22 años más tarde buena parte de la sociedad pospandémica ya ha visto de todo (guerra en Ucrania incluida) y piensa que ya tiene suficiente con sus problemas de vivienda, de pobreza encubierta y del futuro de sus hijos para ocuparse de problemas ajenos, por más dolorosos que sean. Si ha habido alguna ingeniería social y de mercado detrás de la desmovilización, se ha salido con la suya.

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