Tiempos complicados. Todo es lo que parece: un engaño de los de arriba. Como el"Ciento doce, dígame" que el ministro Marlaska se ha dado el gusto de anunciar en el Palau de la Generalitat. Curioso sistema de descentralización, éste de las autonomías, consistente en recentralizar. ¿Pero no eran ellos los que tenían que irse de Via Laietana?
Por último, el Ayuntamiento de Barcelona ha puesto nombres y apellidos a un fenómeno que también era lo que parecía y se veía de tres horas lejos: infranegocios con infraviviendas en la trastienda, con rótulos en la puerta que matan a dos diseñadores y un gatito cada día , que los voces abiertos todo el día, huecos, llenos de productos, situados en calles de la ciudad que sólo puede permitirse Louis Vuitton, y piensas lo de: "Eso, ¿quién lo paga?"
Tampoco puedes fiarte del móvil: no hay día sin la noticia de alguien que pensó que la llamada era del banco y al cabo de un rato se le habían esfumado los ahorros.
El presidente Macron acusa a los diputados que han derribado al gobierno francés de haber "elegido el desorden, simplemente", y dice que "no piensan en ustedes, sus vidas, sus dificultades, sus fines de mes" (el primero mandamiento de los escritores de discursos políticos es albergar problemas de la gente normal), "y eso con cinismo, si es necesario, y un cierto sentido del caos".
"Un cierto sentido del caos". Caram. La desconfianza se extiende. Conversación sentida en la parada del autobús entre dos señoras mayores: "Yo ya no miro las noticias, porque todo son desgracias". "Lo de darnos malas noticias lo hacen porque nos morimos antes y no tengan que pagarnos las pensiones". "Pero yo no creo morir, ¿eh?" Ésta es la actitud.