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Dinamita

Los atajos no suelen ser un buen recurso en política. Tenemos muchos ejemplos de poner la directa perjudica la consistencia de las decisiones y aparta la política de la estrategia. Sin embargo, buscar resultados rápidos se impone cuando lo que está en juego es la supervivencia, que es el modo en el que está la política española.

El gobierno de Sánchez no se creía que Junts sería capaz de ejercer su principal fuerza, que es precisamente la capacidad de bloqueo, la habilidad de convertir en una agonía cualquier votación en el Congreso de los Diputados. El gobierno español, ensordecido por el griterío mediático del PP, no fue capaz de ver que poner la directa llevando a votación tres decretos ómnibus y hacérselos tragar por la fuerza a los de Puigdemont, añadiendo a última hora el techo de gasto, se convertía en un regalo. Y los de JxCat, que se están reubicando políticamente, lo han aprovechado y han hecho una elección de temas para volver al escenario político en Catalunya. Junts ha cambiado de rasante y combina retórica y negociación.

Una situación que no pasa inadvertida para una parte del independentismo y que ha tenido la última consecuencia en el gesto de Roger Español de devolver la Creu de Sant Jordi que el MHP Torra le otorgó en 2018 porque “no queda nada de ese posicionamiento valiente e insumiso”.

La nueva agenda

Los acuerdos anunciados el miércoles sitúan a Junts en el camino de la negociación con el gobierno central y, aunque solo se han enunciado y están por desarrollar completamente, los temas elegidos muestran hacia dónde se ha enfocado la proa. Por un lado, recuperar la interlocución con el empresariado, retomando el tema del cambio de sedes; por otro, la gran cuestión actual en Europa: la inmigración.

Junts ha comenzado el debate empujado por los resultados de la Aliança de Orriols en Ripoll y el malestar de los alcaldes del Maresme con pequeños grupos de jóvenes delincuentes reincidentes que son de origen inmigrante. En ambos casos se vincula inmigración con delincuencia. Hablar de inmigración es valiente políticamente y al mismo tiempo es delicado, es jugar con dinamita.

La inmigración fue el tema central del discurso que hizo el sábado Jordi Turull en el consejo nacional: “No actuar contra los delincuentes multirreincidentes es poner en peligro la convivencia y la cohesión”. Y remató: "No actuar contra los delincuentes multirreincidentes que vivan aquí haga quince días u ocho generaciones es poner en peligro la convivencia y la cohesión".

Junts acierta cuando se atreve a hablar de inmigración, pero se equivocará si solo vincula la inmigración a la delincuencia o adopta un nacionalismo que pretenda disolver la diversidad o imponga una idea de Catalunya homogénea.

Hará falta realismo, y se equivoca cuando pide que la Generalitat pueda decidir con qué criterios se expulsa a los delincuentes que estén en situación administrativa irregular, cuando esta es una competencia judicial y no política.

Una Catalunya plural

Será dinamita si la inmigración ocupa el centro de debate desde un punto de vista de seguridad o si se la presenta como enemigo de la nación. También será dinamita si se aprovecha el coraje de hablar de la cuestión para tachar al contrincante político de xenófobo. El equilibrio es inestable y la cuerda que transitan está a una altura suficiente para que se rompa sin remedio la idea de un país plural, acogedor y hecho de la suma de la diversidad. Como ha sido hasta ahora.

La inmigración no se puede evaluar desde la observación de una realidad ajena: es la realidad misma. En muchas escuelas, barrios y puestos de trabajo. La integración no depende solo del idioma y de leer el Zoo d'en Pitus. Basta con recordar a los terroristas de Ripoll hablando catalán cuando desafiaban a los mossos. Depende del mercado de trabajo y del respeto a la diferencia. Depende de compartir un territorio mental que tenga futuro, hecho de oportunidades de trabajo y de prosperar y de respeto. Depende de compartir derechos y deberes en una sociedad que te permita construir una identidad no basada en la religión sino en los valores cívicos y la prosperidad. Básicamente es un tema de oportunidades y reconocimiento, de compartir un territorio de valores cívicos que conllevan derechos y deberes.

Humillación

Es la palabra de la semana. La palabra de Feijóo cuando denuncia "la humillación de Waterloo" y anuncia una "ruta por la igualdad" por toda España contra "la extorsión" de Puigdemont. También la palabra con la que el PSOE quería evitar un voto negativo de Junts a los decretos ómnibus: “No nos humilléis”, pedían los interlocutores del PSOE.

Que la emocionalidad capture la política es un mal negocio. Sube la tensión y aparta la racionalidad.

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