Contra los discursos oscuros

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Donald Trump en un mitin en Las Vegas

El éxito de esta noche de la extrema derecha en Austria está basado en el disco rayado que explota en todo el mundo, que es la inmigración. Bien, para ser precisos, lo que explota es el miedo a la inmigración.

Es lo mismo que hace Trump, que en un mitin de este domingo en Wisconsin ha dicho “Perderá su cultura y su país. Tendrá delincuencia a unos niveles que nadie ha visto nunca [...], y esto es más importante que la economía, porque es el tejido de nuestro país”. Trump remata el alarmismo con insultos, porque hablando de la política de fronteras ha dicho que, mientras que "Biden se volvió mentalmente incapacidad, Harris ya nació". El propio Trump admitió que estaba haciendo un "discurso oscuro".

La hipocresía de esa extrema derecha es fabulosa. Votan contra la inmigración pero están encantados de tener a su disposición mano de obra barata o baratísima. Votan contra la inmigración, pero dejan a sus abuelos o nietos en manos de inmigrantes que lo cuiden.

El problema es que estos discursos oscuros sobre la inmigración son los que más resuenan. La izquierda no sabe cómo ponerse, víctima del complejo de saber que, en el fondo, el miedo a que Trump inocula en el cuerpo electoral es un triunfo. En Austria el discurso nacionalpopulista es anti-Islam, como en Cataluña, donde siempre hemos estado preocupados por la supervivencia de nuestro tejido nacional, donde tenemos el problema de la continuidad de la lengua sin tener plenas competencias ni en inmigración ni en derechos lingüísticos. La solución a los discursos oscuros es tan fácil de decir como difícil: discursos claros. Pero, sobre todo, derechos y obligaciones claras en materia de catalán, derechos laborales, salud sexual y reproductiva de las mujeres, libertad de pensamiento y culto. O nos ponemos o nos limitaremos a ir lamentando que el nacionalpopulismo va ganando la partida.

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