1. Campaña. Si ya de por sí las campañas electorales son raras, poco se podía esperar de una tan condicionada como la actual. Fruto de la larga resaca de octubre del 2017, la cuestión identitaria la ha marcado indefectiblemente. Es una de aquellas ideologías –transferencia directa de lo teológico a la política (la patria como inefable bien superior)– que inevitablemente crean muros en los que, como decía Albert Hirschman, “los argumentos son, de hecho, contrapuntos específicamente diseñados para imposibilitar el diálogo y la deliberación”. Si añadimos el marco en el que se han tenido que celebrar (la pandemia y, por lo tanto, la amenaza de una alta abstención), la cuestión se agudiza porque, con el objetivo de garantizar al menos la participación de los más convencidos de cada casa, la tendencia es reafirmar el espacio propio evitando riesgos que puedan desconcertar. De forma que incluso los que se anuncian como portadores de la voluntad de construir puentes, de Pere Aragonès a Salvador Illa, se ven obligados a prometer que no pactarán el gobierno con ningún partido del campo identitario rival.
Para acabar de hacer aporética la situación, las peleas públicas que desgastaron al Govern anterior hacen que los dos partidos que formaban parte de él, Esquerra y Junts per Catalunya, vayan a pulla diaria, en el afán patético de demostrar cuál de los dos es más auténticamente independentista. Especialmente por parte de Junts, sin pudor a la hora de prometer lo que todo el mundo sabe que no se podrá hacer.
Conclusión: la descalificación de las propuestas del adversario por inútiles, por poner en peligro los grandes objetivos y por generar efectos no deseados han sido el pan de cada día de la campaña. Futilidad, riesgo y perversión, las tres categorías del pensamiento reactivo, descritas por Albert Hirschman.
2. Govern. Es por eso que me parece que hace falta ya mirar al día siguiente. Y lo que sabemos son dos cosas. La primera es que no solo de la cuestión identitaria pueden vivir los catalanes, porque en el listado de urgencias seguirá estando la pandemia, ya convertida directamente en sindemia, y todas sus consecuencias: los efectos sanitarios más allá del virus (las enfermedades que la pandemia ha dejado en segundo plano, las patologías psicológicas que han derivado de ella), la recuperación económica y social de una fractura que va emergiendo lentamente pero que no se puede esconder con fantásticas promesas de relanzamiento, y la necesidad de asumir sin dilaciones los problemas del cambio climático y de sostenibilidad. Todo esto requiere un gobierno fuerte y cohesionado, con capacidad de mover de manera cómplice a la sociedad catalana y de tener peso y capacidad de negociación en Madrid, una exigencia que interpela también el mundo empresarial catalán.
Lo segundo es que la llave del gobierno que tiene que salir del 14-F, se mire por donde se quiera, es Esquerra Republicana, que disfruta de una posición privilegiada. No es imaginable que salga un gobierno sin su visto bueno. Pere Aragonès se ha protegido con la propuesta de un gobierno carrusel, en el que son tantos los invitados que podría llegar a ganar en rivalidades y rifirrafes al gobierno actual. En el fondo es la salida para no mojarse antes de tiempo sobre si está decidido a repetir con Junts o si prevé alguna versión de gobierno de izquierdas. Naturalmente, Esquerra no tendrá la misma fuerza si es primera que si es segunda, pero, en todo caso, decidirá. ¿Cuál será la distancia entre lo que se ha dicho en el ritual electoral y lo que se haga con los resultados en la mano?
En todo caso, si realmente se quiere mirar adelante, el próximo Govern tiene que negociar la salida de los presos políticos sin más dilación. Y tendrá que afrontar una situación complicada en Madrid. Se quiera o no, estas elecciones también son importantes para España. Pueden reforzar o debilitar el gobierno actual, pero sobre todo pueden anticipar un peligro que podría ser de consecuencias imprevisibles: que una derrota del PP ante Vox aquí abra el camino a un cambio de hegemonía en la derecha española en favor de la extrema derecha. Y volvemos al comienzo: es obvio que el muro identitario es un obstáculo para avanzar hacia una salida civilizada del conflicto. La derecha española tiene bastante atrapado al PSOE, pero se tienen que aprovechar las rendijas del gobierno actual porque aun podría ser peor.