En la Unión Europea en torno a unos 300.000 pacientes dependen de medicamentos derivados del plasma sanguíneo, mayoritariamente por enfermedades crónicas que requieren tratamiento de por vida. En los últimos años, la demanda de los derivados del plasma ha crecido exponencialmente y la previsión es que siga aumentando, también por las nuevas indicaciones clínicas. Esta realidad choca con el hecho de que Europa no es, ni de lejos –a excepción de unos pocos países–, autosuficiente en plasma y más de un 40% la obtiene de Estados Unidos, donde sus estándares éticos son bien distintos a los nuestros. Hasta ahora la normativa europea que regula el uso de la sangre y sus componentes, a diferencia de los tejidos y células, establecía taxativamente que la donación de sangre debe ser voluntaria y no remunerada, y bajo este principio de no comercialización del cuerpo humano (no financial gain), recogido también en el Convenio Europeo de Bioética (1997), se ha fundamentado la actitud de la mayoría de países en los que la obtención de la sangre, y también del plasma, se ha basado en un estricto concepto de altruismo, que ve con malos ojos y critica el hecho de que a los donantes se les pueda compensar por aquellos gastos e inconvenientes que la donación comporta. Sin embargo, hay algunos países que compensan en especies como días de fiesta en el trabajo o rebajas fiscales, y cuatro que lo hacen con un importe económico proporcionado.
España ha defendido siempre un modelo de no compensación, apelando a la solidaridad de la ciudadanía, pero hasta ahora con escasos resultados a pesar de los esfuerzos de los últimos años. Desde hace tiempo, especialmente a raíz del desabastecimiento puntual y global de hemoderivados en contexto del cóvid-19, Europa se ha replanteado la cuestión y está ultimando una nueva normativa pactada con todos los estados miembros que prevé, entre otros aspectos, la compensación de los donantes, ya admitida en otros tipos de tejidos y células, ahora también por el plasma para incrementar su obtención y que se pueda ir reduciendo la dependencia del plasma exterior.
Este cambio ha hecho surgir toda una serie de críticas a diferentes niveles, a menudo con afirmaciones demagógicas y poco contrastadas respecto a países que sí han logrado la autosuficiencia con compensaciones para los donantes, empezando por las autoridades españolas que están en contra, argumentando que la compensación destruye el altruismo y acabará con la solidaridad. Esta afirmación tan contundente, que a su vez se hace desde una doble moral que admite la compensación económica a los donantes de gametos en reproducción asistida desde hace muchos años, creo que justifica un análisis más profundo. Compensación y pago no son equivalentes y se quiere confundir pretendidamente para deslegitimar lo que debe responder a un principio de justicia con el donante: dar plasma y sangre no es lo mismo, y al donante de plasma le pedimos fidelización, con varias donaciones año, un tiempo aproximado de noventa minutos por donación y, a menudo, asumir gasto para desplazarse a los centros de donación, escasos y concentrados en grandes hospitales porque el método de plasmaféresis requiere cierta estructura y profesionales experimentados. ¿Es ético exigir ese esfuerzo a nuestros ciudadanos para cubrir una necesidad de los pacientes, a los que el Estado tiene la obligación de abastecer de medicamentos vitales para ellos? Ahora les atiende con plasma obtenido de donaciones compensadas, como las que rechaza hacer él mismo. que sea proporcionada y que responda al criterio ético europeo de la “no ganancia económica” para el donante, ya sea en dinero o en especies, evitando que se convierta en una fuente de ingresos adicional para las personas, especialmente las más vulnerables de la sociedad. Por eso la nueva normativa prevé que cada estado miembro marque su baremo, dentro de unos límites, y justifique ante Europa su proporcionalidad, con libertad para los estados de aplicar un modelo de compensación monetaria o en especies, según considere, y permitiendo siempre que el donante pueda, si así lo desea, renunciar a esa compensación.
¿Un modelo de este tipo como el que plantea Europa, que quiere solucionar el problema del plasma para sus ciudadanos, vulnera el concepto de altruismo y atenta a la solidaridad? En mi opinión no, y habría que verlo con ojos de futuro en una sociedad a la que quizás no podemos pedir más sacrificios cuando el grueso de la ciudadanía ya hace tantos esfuerzos para salir adelante con cargas laborales, sociales, familiares y de salud en las que el sistema no responde como debería.