Dramas a la izquierda del PSOE

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Yolanda Díaz ayer en Madrid tras anunciar que dimite como líder de Sumar.

El espacio de la política española que suele identificarse como “la izquierda del PSOE” es, de siempre, un ámbito resbaladizo y frágil, pequeño, pero sobre poblado, en el que se suelen agolpar maximalismos, expectativas y egolatrías, todos contradictorios o antagónicos entre ellos. (Hagamos un paréntesis para indicar que este espacio podría ser denominado, lisa y llanamente, la izquierda española, ya que el PSOE está situado, o se afana por situarse, en el centroderecha: el sistema político español está tan condicionado por las derechas duras y extremas que el tramo de la izquierda es de cada día más exiguo.) Las últimas desventuras de la izquierda española son dos desintegraciones consecutivas: la de Podemos primero, y ahora la de Sumar, una coalición que ha durado apenas catorce meses, hasta que su impulsora, Yolanda Díaz, ha decidido bajar del proyecto con el argumento, o el pretexto, de los malos resultados en las elecciones europeas.

Dejemos ahora a un lado el debate –tan interminable como al fin y al cabo insustancial– sobre liderazgos y peleas internas. La cuestión –heredada de los años de la República– es si en España es viable un proyecto de izquierdas con una visión plurinacional de España, capaz de hacer dialogar los nacionalismos español, catalán, gallego y vasco, e incluso hacerlos confluir en un proyecto común. Este proyecto común no debería consistir en apuntalar al Estado, sino en hacer posible la existencia de un espacio político de controversia fértil. Esto significa: capaz de presentar la diversidad nacional, cultural y lingüística como un valor democrático, que no caiga en la tentación de eludir o negar los conflictos nacionales inherentes a un estado como el español, y menos aún de reprimirlos por la fuerza, como volvemos a ver ahora mismo, con la respuesta del Supremo a la ley de amnistía. Una controversia fértil debería ser lo contrario de un choque de trenes estéril. Un debate plurinacional debería ser la antítesis del estancamiento y de la suma cero de dos fracasos: el de los catalanes por dejar de ser españoles, y el de los españoles para obligar a los catalanes a dejar de serlo. Son dos cosas que no han sucedido en trescientos años, y probablemente nunca llegarán a suceder: inanidad de los nacionalismos vinculados al estado nación.

La finalidad de un espacio como éste no debe ser servir de muleta al PSOE, sino la celebración, con normalidad democrática, de un referéndum de autodeterminación en Catalunya. A su vez, el PSOE no debería olvidar que sigue siendo el partido de los perdedores a ojos de la derecha española. La tentación de los socialistas es comerse todo el espacio de la izquierda, pero ya hemos dicho que no lo abarca, ese espacio, ni le corresponde hacerlo. Y ahora mismo el derrumbe de Sumar es más un quebradero de cabeza serio para los socialistas que otra cosa. También lo es para los partidos que se presentaron en las elecciones generales bajo sus siglas, como Més per Mallorca y Compromís. La reorganización es urgente, pero no debe volver a hacerse a toda prisa, y mucho menos dejándose llevar por tirries, desconfianzas y personalismos.

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