Empieza un nuevo curso escolar. Ánimos a todo el mundo: maestros, padres, chicos y chicas. Entre estos últimos seguro que late la ilusión de reencontrar a sus amigos y amigas. Los padres deben sentirse un poco liberados. ¿Y los maestros? ¿Puedo hacerles una recomendación fácil de seguir? Que antes de empezar miren la película mejicana Radical, basada en hechos reales. La encontrarán en la plataforma Filmin. De hecho, yo la proyectaría a todos los alumnos de ESO como una de las primeras actividades del curso. Qué importante que es en la vida tener un buen maestro, alguien que te pegue ganas de aprender.
La historia de Radical tiene lugar en una escuela de alta complejidad en la ciudad fronteriza de Matamoros. Ríete de nuestros problemas. Eso sí que es pobreza radical, no-futuro radical, abandono radical. Corrupción y violencia. Mandan los cárteles de la droga. Y en medio de la desolación, en la escuela primaria José Urbina López, un centro dejado de la mano de Dios, llega alguien que quiere reconectar con los niños, que cree en ellos y logra que ellos crean en sí mismos. Todo es muy extremo, también los métodos de ese profesor de mediana edad, Sergio Juárez. Pero los métodos no son lo importante. Lo relevante es la pasión que transmite, su compromiso, su implicación, la relación que establece con Paloma, Nico, Lupe...
La película, estrenada en Méjico aún no hace ni un año, es efectista y dramática. No puedes evitar emocionarte. Te sacude. También debería verla la nueva consellera catañama de Educación, Esther Niubó, que en su primera entrevista pública dijo a ARA que lo importante es «recuperar la confianza y el prestigio del sistema educativo». Sí, hace tiempo que algo se ha roto y me imagino que las culpas están muy repartidas entre toda la comunidad escolar, entre toda la sociedad, entre todas las administraciones. Urge salir de este mal rollo.
La escuela de Matamoros tiene unas instalaciones deterioradas, sin ordenadores. Dispone de una triste biblioteca (pero tienen biblioteca y bibliotecaria, cosa que en Cataluña a menudo no ocurre). El claustro de profesores pasa de todo, con un director al frente que pone buena voluntad, pero que se sabe impotente. En comparación, nuestras escuelas dan bastante gozo. Pero no acabamos de estar satisfechos, los resultados no acompañan, el ambiente se ha enrarecido. Todo el mundo va tirando, todo el mundo es muy crítico. Algunos se arremangan, otros han tirado la toalla. La distancia entre la administración y los educadores parecen insalvables, también se rompió la confianza entre equipos docentes y padres. ¿Qué hacer?
Lo que necesitaríamos son muchos Sergios Juárez, de modo que la heroicidad excepcional pasara a ser la normalidad educativa. ¿Puede el sistema detectar e incentivar a los buenos maestros? ¿Puede darles las herramientas, los incentivos y la libertad que necesitan? ¿Podemos otorgar más autonomía a las escuelas e institutos públicos –los concertados ya tienen– para que elijan y consoliden sus equipos, para que prueben los métodos y programas que quieran, para que se adapten y respondan a su entorno? ¿Cómo hacerlo para enviar a los mejores y más comprometidos docentes a los centros con más dificultades, para que los saquen del pozo?
Todos recordamos a las profesoras y profesores singulares que de pequeños y adolescentes nos echaron una mano, que nos hicieron reaccionar, que nos motivaron y nos empujaron a pensar y aprender. Cada uno con sus habilidades: algunos con cariño, algunos deslumbrándonos con su erudición o inteligencia, otros de forma más brusca y autoritaria. A los que recuerdo es por algo especial que me dieron y que hizo que se ganaran mi respeto, su autoridad. Hubo que me contagiaron las ganas de leer, Francina me zambulló en la magia de la historia, Rosa intentó hacerme perder el miedo a las matemáticas (si lo consiguió a medias, fue más por culpa mía que suya), con García Borrón cogí el gusto de la filosofía y muchos me empujaron a perder la timidez. Cada maestro es distinto, cada alumno es distinto.
Radical os puede contagiar la alegría de educar en este inicio de curso. Trabajemos todos radicalmente para recuperar el optimismo educativo.