Se acaba la campaña, que empiece la política

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Diversos carteles superpuestos de los partidos independentistas.

BarcelonaLa campaña electoral de las elecciones más extrañas de la historia acabó ayer con los tradicionales llamamientos al voto útil a cargo de todos los partidos. Es un recurso clásico y que funciona, pero no deja de ser triste que el último recurso para atraer a tus electores hasta las urnas sea apelar a un voto en negativo, es decir, en contra de algo en lugar de a favor de un proyecto en concreto. Ayer se oyeron estos llamamientos para evitar tanto un tripartito de izquierdas con el PSC como un gobierno independentista, que gobiernen "los de siempre" o un ejecutivo en el que Vox o la CUP puedan jugar algún papel. Es cierto que el elevado número de indecisos y la fragmentación partidista (con hasta nueve partidos con posibilidades de entrar en Parlament) quizás justifica estas apelaciones al voto más emocional, pero ahora ya podemos decir que habría sido deseable un tipo de campaña más constructivo.

Porque, además, se da la circunstancia de que, como no parece que tenga que haber trasvase entre el bloque independentista y el contrario, la mayoría de los ataques se han dado entre formaciones en teoría cercanas o condenadas a pactar, como Junts y ERC, pero también entre Junts y el PDECat, entre el PP y Ciudadanos o entre los comunes y el PSC. Es esta búsqueda del voto fronterizo –el que se decide a última hora y puede acabar decantando el resultado (es lo que pasó el 21-D, por ejemplo)– lo que ha hecho aumentar la temperatura de la campaña en los días finales, donde ya se han impuesto claramente los mensajes más dirigidos al corazón que a la cabeza. Hay que añadir que otro factor que ha enrarecido la campaña y la ha hecho todavía más antipática es la presencia de una fuerza de extrema derecha como Vox, dispuesta a mentir descaradamente para inocular su mensaje xenófobo y autoritario.

El caso es que durante la campaña no se ha podido mantener un debate sereno y argumentado ni sobre qué tiene cuál ser el rumbo del Procés ni sobre el modelo de país ni, más a corto plazo, sobre cómo tiene que afrontar Catalunya la reconstrucción de la economía a partir de los fondos europeos. Habría sido ideal ver a los candidatos discutiendo, con cifras en la mano, sobre presión fiscal, economía verde, ciencia e investigación, modelo universitario o tantas otras cosas imprescindibles para construir el país del futuro. También habría sido una manera de calibrar las aptitudes de cada candidato, puesto que la presidencia de la Generalitat no es un cargo cualquiera y necesita un cierto nivel de pericia.

Esperamos, sin embargo, que una vez finalizada la campaña y su propia dinámica simplificadora y cainita, y con los resultados del 14-F en la mano, se abra la política en el sentido más elevado del término. La política entendida como la capacidad de tejer acuerdos, generar consensos y dibujar las líneas maestras estratégicas que el país necesita para levantarse de nuevo. Y por eso hará falta que los que hoy se pelean (Junts, ERC, PDECat, CUP pero también comunes o PSC) lleguen a acuerdos a lo largo de la legislatura.

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