La gran victoria política de Vox es haber condicionado del todo la agenda del Partido Popular. Esto ha quedado certificado en la convención celebrada el fin de semana pasado en la plaza de toros de Valencia, que han querido aprovechar para entronizar a Pablo Casado como aspirante a la Moncloa, con permiso de la nueva musa de los populares, Isabel Díaz Ayuso.
El PP recupera parte de sus esencias fundacionales y presenta su propuesta política sobre la vieja divisa de la España "una, grande y libre". En pocas palabras, Casado dejó claro que la prioridad de los populares es subir el tono de los discursos para tapar la fuga de votantes hacia Vox a golpe de prometer soluciones sencillas a problemas complejos.
El primero de los mensajes iba destinado a reivindicar su hispanidad, porque parece que una parte de los votantes encuentran demasiado aguadas las proclamas del PP. Pablo Casado recuperó una ocurrencia que ya había dicho en 2018, y sin ruborizarse soltó que “la Hispanidad es la etapa más brillante del hombre, junto con el Imperio Romano”. Poca broma, con esta frase. Se tiene que reconocer que con esta afirmación no se lo deja nada fácil a los de Vox para poder superar el listón.
Demostrada su españolidad insobornable, Casado quiso dejar claro que su receta para resolver el conflicto político entre Catalunya y el estado español es, antes que nada, negarlo y, a continuación, instalarse en el inmovilismo y reprimir tanto como haga falta. Recuperar el delito de convocatoria de referéndums y recuperar las competencias en prisiones que Catalunya tiene desde 1984 y Euskadi desde hace unos meses es su solución.
No hay que decir que entre los hits más aplaudidos por el auditorio no faltó el que tantos votos ha dado a los partidos de la derecha durante décadas. Volvió a prometer que el castellano tenía que ser la lengua vehicular en las escuelas de Catalunya, reinterpretando el objetivo confesado por el ex ministro de Educación José Ignacio Wert de hispanizar a los alumnos catalanes.
Y finalmente, para demostrar la soberanía del Imperio, Casado dejó claro que en su modelo de España no tiene cabida la justicia europea. Le parece escandaloso que alguien pueda contradecir las decisiones de los tribunales españoles y le son igual todos los pronunciamientos judiciales que se han producido sobre las euroórdenes dictadas contra los exiliados políticos catalanes. Con gritos de "¡Puigdemont a prisión!" de fondo prometió que él sí que conseguiría la extradición del president, porque no se rendiría como hace el gobierno de Pedro Sánchez.
Que el partido que aspira a ser alternativa de gobierno en España tenga que hacer suyos los postulados de Vox es una deriva preocupante porque esto solo puede llevar a una regresión todavía más intensa de derechos y libertades. El PP continúa soñando con una España imperial para contraponerla a la reconquista que predica Vox. Casado se presenta como un emperador para ganar la partida a Santiago Abascal, que se presenta como Don Pelayo. Manteniendo la dinámica de vencedores y vencidos continúan renunciando a ofrecer un proyecto amplio para toda la ciudadanía, porque su principal objetivo es que los postulados de la mitad de la sociedad española se impongan sobre la otra mitad.
Nada cambia. El denominador común de todos estos postulados continúa siendo Catalunya, y el independentismo en particular. Construir un enemigo contra el cual luchar es lo que forja la esencia del discurso del PP, que sabe que en Catalunya, donde ahora tiene 3 diputados y 110.000 votos, ya no tiene margen para desgastarse más. No es nuevo, pero continúa siendo indignante ver cómo nos convierten en munición en su particular batalla por ocupar la Moncloa.
Lo que sorprende de esta estrategia es que el PP se haya fijado como objetivo recuperar votos de Vox antes de que buscar los votos del PSOE. Para alegría de Pedro Sánchez, los populares han optado por hacer un viaje hacia la extrema derecha en lugar de hacer un viaje hacia el centro. Esta polarización entre una derecha radicalizada en el discurso y una opción de gobierno moderada es un regalo para el PSOE, que echará de los clásicos para movilizar a muchos votantes de su entorno para vallar el paso a la derecha. Es el bucle de siempre.
Si se confirma este esquema de bloques que se excluyen, está claro que los ciudadanos españoles de buena fe que sueñan en un estado moderno y plural tienen que abandonar toda esperanza. Esa España no es posible, y esto lo han descubierto centenares de miles de catalanes que en la última década han optado por votar masivamente a las opciones independentistas. Es una España irreformable que se devora a ella misma.