Esperando a Trump

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El expresidente y candidato republicano Donald Trump, en un acto en Nuevo Hampshire.

Regreso. En Bruselas todavía se pronuncia el nombre de Donald Trump con la boca pequeña. Sin embargo, los resultados de las primarias en Estados Unidos comienzan a llegar y la idea de revivir el vértigo de su regreso a la Casa Blanca ya figura en los análisis de riesgos para los próximos doce meses. El Trump omnipotente, que tras las primarias de Iowa, en el 2016, se permitió decir que podría “disparar a alguien” en medio de la Quinta Avenida de Nueva York “y no perdería a ningún votante”, es hoy un político perseguido judicialmente, acusado de un total de 91 cargos en cuatro casos penales distintos. Y, sin embargo, se lleva de calle el voto republicano que puede entronizarlo hacia un segundo mandato. “Tenemos que prepararnos para el peor escenario”, decía ayer en el Parlament el representante de la Comisión Europea en Barcelona, Manuel Szapiro, en las jornadas del Consejo Catalán del Movimiento Europeo.

La Unión Europea de hoy no es la del 2016. La relación entre Bruselas y Washington es cada vez más transaccional. La inestabilidad de los últimos años ha acelerado la autonomía de una Europa que intenta tener un sitio propio en esta reconfiguración global. La UE está aprendiendo a estar algo más sola. Obligada por las circunstancias y la urgencia.

Agenda. En un mundo cada vez más violento, con un orden multilateral frágil y con las Naciones Unidas contra las cuerdas políticas y financieras, el retorno de la emocionalidad imprevisible de Trump alimentaría aún más el desconcierto sobre cuáles son hoy las prioridades de Estados Unidos. Kori Schake, experta del centro conservador American Enterprise Institute, escribe este mes en la revista Foreign Affairs que el caos en el Partido Republicano es especialmente evidente cuando se trata de mirar al mundo. Trump da trompicones entre “entre el deseo de proyectar el poder de EEUU en el exterior y el aislacionismo”. Ron DeSantis es especialmente hostil contra los compromisos internacionales de Estados Unidos, y el partido ha votado mayoritariamente en contra de seguir ayudando a Ucrania. En cambio, Trump ha prometido que desplegará al ejército estadounidense en las calles del país para combatir el crimen y deportar a inmigrantes, y que "expulsará" a los "belicistas" y los "globalistas" del gobierno de EEUU. Un discurso que parece sacado del manual de la militarización de la seguridad que se esparce por el continente americano.

Pero también los democrátas han optado por el proteccionismo, y el conflicto de Gaza ha puesto a prueba la unidad del partido, mientras el presidente Biden evalúa cómo represaliar la muerte de tres soldados estadounidenses en un ataque en la frontera de Jordania con Siria sin alimentar aún más la escalada de violencia que se vive en Oriente Próximo.

Avales. Pero como advertía la analista Nathalie Tocci en las páginas del Guardian, “un invierno democrático en Estados Unidos no se quedaría limitado a las fronteras americanas, sino que resonaría en todo el mundo, empezando por Europa”. Y la UE está también a las puertas de una redefinición electoral y política. La victoria de Geert Wilders en los Países Bajos o de Javier Milei en Argentina demuestran que el mar de fondo de las agendas ultras sigue avanzando a nivel global.

También hay una Europa que se frota las manos ante la posibilidad de un Trump II, empezando por Viktor Orbán, a quien la derecha conservadora estadounidense ha elevado a la categoría de referente ideológico europeo. Representantes del partido Hermanos de Italia, de la primera ministra Giorgia Meloni, se reunieron con el equipo de Trump el pasado mes de noviembre en Florida. El líder republicano sigue siendo el máximo exponente de esta política de la insurrección y la lealtad de sus votantes lo avala. Europa va tomando nota.

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