Europeas sin debate

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El edificio de la sede de la Comisión Europea en Bruselas.

La PAC, o política agraria común (los problemas del campesinado, que llevan meses causando fuertes protestas), es un debate evidentemente europeo. Los movimientos migratorios, las crisis de refugiados y los cambios demográficos (que dan pie a una parte sustantiva de los falsos discursos de la extrema derecha y de los que flirtean, también en Cataluña) son debates evidentemente europeos. Los precios de las hipotecas (a la esperada bajada de los tipos ya le salen avisos de que no nos hacemos demasiadas ilusiones) es un debate evidentemente europeo. La oficialidad del catalán en Europa (un contrasentido de que el catalán no sea oficial en las instituciones europeas, explicable sólo por décadas de bloqueo por parte del estado español) es un debate evidentemente europeo. Las medidas contra la sequía y el cambio climático (tenemos la mirada tan corta que creemos que hemos superado los problemas medioambientales porque ha llovido un poco) son un debate evidentemente europeo. La Agenda 20/30 y su implementación, que figura entre los enemigos predilectos de la extrema derecha, es un debate evidentemente europeo. El turismo de masas y sus consecuencias, que los ciudadanos de Baleares, de Cataluña y de la Comunidad Valenciana sufrimos de forma descarnada, es un debate evidentemente europeo. La descarbonización y la digitalización es un debate evidentemente europeo. La gestión de los PERTE y de los Fondos de Recuperación Económica, o Next Generation, son un debate evidentemente europeo.

Podríamos seguir mucho rato enunciando debates evidentemente europeos que nos atañen de forma directa y urgente y que, por el contrario, no hemos oído casi ni mencionar durante la campaña de las elecciones europeas. En su lugar, hemos asistido a la bronca, cada vez más demencial, de la política española, que con su estruendo logra también ensordecer la discusión sobre la formación o no formación de gobierno en Cataluña (con la intervención del Tribunal Constitucional, sentenciando en el momento estratégico contra el voto telemático). Apuntalado y espoleado por Vox, el PP intenta con Pedro Sánchez lo que la derecha portuguesa consiguió con el presidente socialista António Costa: acorralarle en una gran mentira de supuesta corrupción hasta obligarle a dimitir (luego ha quedado demostrada la inocencia de Costa). O mejor dicho, aún, lo que hizo Bolsonaro en Brasil con Lula da Silva: manejarlo en prisión con acusaciones falsas.

Sánchez –con la colaboración de su mujer, Begoña Gómez– responde con cartas a la ciudadanía y flashes de populismo casi peronista, con apariciones conjuntas del matrimonio, quizás para enfadar también al hiperventilado presidente argentino Milei. La tendencia al esperpento se ha desbocado: rezos del rosario contra la amnistía en la puerta de Ferraz, debates protagonizados por impresentables como Cañas y Girauta (véase el artículo de Mònica Planas) y toda la desolación que desee. Con la guerra de Ucrania y el genocidio de Gaza yendo a peor, el domingo iremos a votar (los que vayamos) habiendo oído discutir únicamente sobre las falsedades que nos impone cada día la derecha ultranacionalista.

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