OPINIONES EL DESPLIEGUE DE LAS RENOVABLES

Evitar la inacción y aprender de los conflictos

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El parque eólico de Rubió se extiende por Rubió, Castellfollit del Boix y Òdena.

Investigadora principal en la IDDRILa transformación del sector energético, y concretamente, el papel de las energías renovables, es extraordinariamente crítico para conseguir limitar el cambio climático a los objetivos del Acuerdo de París. En Catalunya su contribución está regulada, con el objetivo vinculante de alcanzar un sistema eléctrico 100% renovable en 2050, y convertirse en la piedra angular para alcanzar cero emisiones limpias de CO2. 

Sin embargo, tenemos diferentes opciones sobre cómo hacer este despliegue y cómo gestionar la transición entre los modelos actual y futuro del sistema energético. Existe un consenso científico que esta transformación requiere descentralización y flexibilización del sistema, así como nuevas estructuras de gobernanza y de apoderamiento de la ciudadanía. Estas líneas generales también quedan reguladas en la Ley catalana de cambio climático. 

Anticipar el mañana

Sin duda, estas directrices apuntan a un modelo energético radicalmente diferente al actual, pero quedan preguntas abiertas, ya que existen un abanico de opciones tecnológicas, emplazamientos y consideraciones de mercado. Más allá de escoger tecnologías de acuerdo con los recursos locales, es necesario encauzarse en un proceso de decisión en base a criterios múltiples: viabilidad económica, implicaciones sociales y por el territorio, y ambientales. Algunas de estas consideraciones son, en efecto, parte integral de los instrumentos de evaluación de proyectos necesarios para obtener la luz verde por parte del Govern. 

Ahora bien, este importantísimo debate sobre cómo hacemos esta transformación no debe llevarnos a la inacción. Catalunya está a la cola de la carrera de renovables tras una década sin tener casi nada instalado. Es imperativo romper esta inercia, que a su vez nos ayudará a desencadenar otros cambios y destapar nuevas oportunidades. Por ejemplo, repensar la demanda y el uso de la energía, o acelerar la modernización de la red. Y debemos obligarnos a adoptar una mirada de largo plazo, reconociendo el extenso camino hasta alcanzar el 100% de renovables y las opciones tecno-económicas que tenemos al alcance, y con conciencia sobre el modelo de país que tendremos construido con los años. Si, en cambio, prolongamos la inacción actual -o no aceleramos lo suficiente- nos ponemos en un escenario donde los cambios necesarios a medio plazo deberán ser mucho más abruptos, y por tanto, propicios a empeorar los conflictos en todo el territorio y poniendo en peligro la capacidad de gestionar la transición desde un punto de vista social, político y económico. Y con el riesgo de tener que depender de otras fuentes de energía fósil transitorias que acaben siendo activos "tóxicos" y encareciendo la transición. 

Por todo ello, de la situación actual podemos sacar tres lecciones. Primero, la magnitud y ritmo necesarios de la transformación del sistema energético requerirá cooperación efectiva a todos los niveles. Diferentes territorios tienen diferentes características y acceso a recursos renovables. Debemos conseguir estrategias locales que respondan a sus circunstancias, representen el máximo de su posible contribución, y en su conjunto, sumen el objetivo que tenemos como país. En efecto, esto es una analogía con el espíritu del Acuerdo de París. En Catalunya, como se reclama desde hace tiempo, este enfoque cooperativo debería expresarse en términos de un pacto entre las agendas rurales y urbanas. 

En segundo lugar, habrá que buscar equilibrios: entre opciones tecnológicas, rendimientos económicos y modelos de negocio, riesgos y oportunidades para los territorios afectados, importaciones y autosuficiencia, o entre financiación pública y privada. Finalmente, tenemos que tomar nota de la situación actual, puesto que es una pequeña muestra de lo que sin duda habría que esperar -amplificado y extendido a todos los sectores de la economía- al embarcarnos en la transformación sin precedentes para deshacernos completamente de las emisiones de CO en 2050, y poder así tener garantías de evitar los peores impactos del cambio climático. Para conseguirlo, tenemos que poder anticipar los conflictos que se derivan de los cambios estructurales, y dirigirlos directamente con diálogo y procesos inclusivos de concertación de acuerdo con análisis detallados sobre posibles hojas de ruta y sus implicaciones sociales y económicas.

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