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Pedro Sánchez en una imagen reciente en el País Vasco.

Este es un extraño fin de semana. El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, se ha retirado a meditar. ¿Por qué? ¿Qué decidirá? Cuando esto se escribe, viernes, tanto sus fieles como sus enemigos aguardan, temerosos e ignorantes, conscientes de que, pase lo que pase, las cosas no volverán a ser como antes.

En su carta a la ciudadanía, o a la militancia, o a sí mismo, quién sabe, Pedro se hace una pregunta: “¿Merece la pena todo esto?”. Viene a ser la misma pregunta que se hace Jesús en el huerto de Getsemaní. Según los tres Evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas), Jesús comienza a sentir “tristeza y angustia”. Y se lo dice a Pedro, Juan y Santiago, los más fieles entre los fieles: “Mi alma está triste hasta el punto de morir”.

Que nadie vea en estas líneas ánimo de blasfemia, ni contra la doctrina cristiana ni, por supuesto, contra nuestro presidente bienamado. Se trata, simplemente, de que es posible detectar paralelismos curiosos.

Dejemos de lado por un momento los Evangelios y pasemos al teatro musical, o, si lo prefieren, ópera rock. En la versión española de Jesucristo Superstar que Camilo Sesto financió y protagonizó en 1975, el personaje principal, o sea, Jesús/Camilo, llega a Getsemaní y canta lo siguiente: “Yo quiero decir si puedo pedir que apartes de mí este cáliz, ya no deseo su amargura, ahora quema y yo he cambiado, y no sé por qué he empezado. Yo tenía fe cuando comencé, ahora estoy triste y cansado, mi camino de tres años me parece que son treinta. ¿Y qué más puede un hombre hacer?”.

Resulta intrigante que en Vida de Jesús, la biografía publicada por el católico Ernest Renan en 1863 para gran escándalo del cristianismo decimonónico, se omita el momento de la duda agónica: “Jesús, según su costumbre, atravesó el valle del Cedrón y se dirigió, acompañado por sus discípulos, al huerto de Getsemaní, al pie del monte de los Olivos. En dicho lugar se sentó. Dominando a sus amigos con su inmensa superioridad, vigilaba y oraba. Ellos dormían a su lado cuando de improviso, al resplandor de las antorchas, se presentó un grupo de gente armada”. Y ya está. Según Renan, Jesús no alberga duda alguna: tiene clarísimo lo que va a pasar.

Puede que ese sea también el caso de nuestro presidente bienamado: ya está todo decidido, pero se ha tomado unos días libres para crear un efecto dramático.

En el Evangelio de Juan, el más ampuloso, fantasioso y teológico (hacia el final de su vida, el católico Renan lamentaba haberle hecho demasiado caso), el Jesús de Getsemaní se envuelve en el misterio y abre la puerta a las teorías conspiratorias.

“Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros”. Va fuerte. Se declara consciente del odio que suscita y lo extiende a sus fieles. En su carta, el bienamado sigue una línea similar y denuncia que Feijóo y Abascal, es decir, “la coalición de intereses derechistas y ultraderechistas”, tratan de “deshumanizar y deslegitimar al adversario político a través de denuncias tan escandalosas como falsas”.

Según el evangelista Juan, existen realidades ocultas que el Jesús de Getsemaní no puede revelar: “Mucho tengo que deciros, pero ahora no podéis con ello”. Aquí aparece un paralelismo con las especulaciones que fieles y enemigos construyen durante la tensa espera. ¿Hay algo que no sabemos? ¿Tendrá algo que ver con todo esto el espionaje al que fue sometido el bienamado a través del sistema israelí Pegasus, presuntamente utilizado por Marruecos para presionar al gobierno español? Qué intriga.

Juan no para de dar pistas. Acto seguido, pone en boca de Jesús estas palabras: “Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver”. Los fieles quedan intrigados, Jesús se da cuenta y ofrece unas explicaciones que profundizan en el misterio: “En verdad, en verdad os digo, que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”. Más adelante añade: “Estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría, nadie os la podrá quitar. Aquel día no me preguntaréis nada”.

Aquí se perfila, por tanto, en la historia paralela del bienamado presidente, la hipótesis de la dimisión táctica, una pirueta ahora inconcebible para nosotros, pobres ignorantes, pero perfectamente posible y lógica en la mente del gran escapista: ya no me veréis, pero luego volveréis a verme. Y ya no hará falta preguntar. Caramba.

Qué extraño, este fin de semana en Getsemaní.

Enric González es periodista
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