La 'falsa bandera' y la independencia

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Los carteles contra los Maragall que se colgaron en varias sedes de ERC.

Quienes hace sufrir de los ataques de falsa bandera de Esquerra Republicana es que hacen pensar que todo el Proceso podría ser un gran ataque de falsa bandera, como si los partidos catalanes hubieran enarbolado el estandarte independentista para desprestigiar la independencia en vez de conseguir -la y, en realidad, el rumbo que llevaba el barco era autonomista de arriba abajo. La expresión hace gracia porque tiene un origen naval: en conflictos marítimos esta práctica es considerada aceptable, y se permite que los barcos hicieran la bandera nacional propia justo antes del combate para confundir al enemigo.

Como todos los movimientos de polarización, el Proceso pedía tensar la cuerda y presentar al adversario de una manera suficientemente negativa para que la gente se despertara de la pacificación impuesta por el poder. No ocurre nada, porque todas las sociedades están polarizadas por mil bandas y todas las cosas justas y buenas que tenemos empezaron con alguien que en algún momento levantó el dedo y dijo que no. Pero como vivimos en sociedades relativamente acomodadas en las que la dominación intenta disfrazarse de recuperar la convivencia, todas las causas justas se la juegan en la fina línea que existe entre ser una víctima y hacerse la víctima. A mí me hace pensar en ese momento en que el Parlamento no paraba de aprobar leyes que sabía que el Constitucional acabaría tumbando hasta que llegó un punto que no sólo dejaban de surtir efecto, sino que incluso empezábamos a irritarnos con los nuestros. Y como suele ocurrir con el estrés postraumático, cada negociación neopujolista que Junts y Esquerra mantienen con Sánchez y que parece más pensada para retratar a los socialistas que para conseguir lo que se proponen, me lleva a venir flash-backs de Vietnam.

No hace falta pensar en términos conspiranoicos ni que todo ello haya sido comandado por unos políticos cínicos que querían canalizar un malestar legítimo para volver a hacer el pez en el empollo. Todo esto es imposible de demostrar, y que cada uno dé su salto de fe o el del contrario. Ahora bien, lo que sí que es más objetivable es que se construyó una cultura política en vez de otra. A base de repetir ciertas frases y expresiones, el Proceso se obsesionó con el mundo que figura que nos miraba y al escenificar el rol de víctima ante este espectador abstracto. Como he explicado otras veces, la idea está recogida en Manual de desobediencia civil, de Paul y Mark Engler, que proponen tres fases: disrupción, sacrificio y escalada. La idea es que, para despertar a las masas occidentales dormidas en el hedonismo postrevolucionario, es necesario que alguien demuestre que está dispuesto a jugarse la vida por lo que se quiere conseguir. El último párrafo deVolveremos a vencer, el manifiesto clave de Oriol Junqueras y Marta Rovira, comienza así: “En el camino [a la independencia], sin embargo, habrá que construir una cultura de la resistencia, del sacrificio”.

El problema es que cuesta mucho distinguir entre un sacrificio genuino y uno de fake, y todo el capital político que se gana en el primer caso se gira en tu contra si te perciben como el segundo. Cuando salieron los carteles del Alzheimer, se dijo ya que era una maniobra de falsa bandera desesperada porque el crédito revolucionario de Esquerra ya hacía mucho tiempo que se había agotado con el cambio de estrategia. Pero saber que el muñeco colgado de Oriol Junqueras del 2019 era también una performance pensada desde dentro va un poco más allá. En vez de ir a la suya, al margen del partido, parece que la gente que hacía contracampañas había interpretado perfectamente la filosofía de la dirección.

Aprovechando el escándalo de ERC para ser retrospectivos, no hay más remedio que sentenciar la cultura del sacrificio del Proceso como una apuesta equivocada por el victimismo. Naturalmente, la primera pregunta que nos hacemos es qué otra cosa podría haberse construido. Y la alternativa opuesta al criptocatolicismo sacrificial es una ética del poder sin moralismos. Cuando llegó el clímax del proceso y España reprimió Catalunya con violencia, nos encontramos con que nadie había hablado de nada de lo que debía hacerse después, que el énfasis en poner la otra mejilla y estar al lado bueno de la historia se había utilizado para dejar el independentismo indefenso, sin idea ni memoria muscular para actuar en una situación real perfectamente previsible para todos. Los aspavientos que pretenden desgastar a ERC por sus ataques de falsa bandera tienen un recorrido muy corto: es mucho más relevante que el independentismo se inmunice contra el moralismo por muchos años y la próxima vez todo sea mucho más frío y crudo.

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