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La candidata a la presidencia de Madrid, Rocío Monasterio, junto al líder  de Vox, Santiago Abascal, en un mitin en Fuenlabrada

La campaña madrileña está derivando en un espectáculo lamentable en el que el fascismo sin complejos de Vox acapara la atención y enrarece el ambiente hasta hacerlo irrespirable, como una especie de revival guerracivilista del 1936. El episodio de este viernes en la Cadena SER, donde la candidata de Vox, Rocío Monasterio, ha puesto en entredicho las amenazas de muerte recibidas por Pablo Iglesias y le ha invitado a abandonar el estudio (cosa que él ha hecho) representa un punto de inflexión y puede abrir los ojos a más de uno sobre la amenaza real de la entrada de la extrema derecha en el gobierno. La actitud de Monasterio supera todos los límites de lo que es admisible en democracia, y demuestra una miseria moral sin límites.

Ya veníamos de la polémica del cartel en el que se criminalizaba a los menores extranjeros no acompañados, que la justicia no ha querido retirar, por cierto, y de las maniobras de Santiago Abascal en Vallecas saltándose el cordón policial para provocar. El hecho es que, hoy en día, ningún demócrata sincero tendría que aceptar la presencia de Vox en un gobierno. Esto sería viable en Europa, pero en España el PP no se negará porque los necesita. Si esto pasa, sin embargo, ellos serán los únicos responsables de haber colocado enemigos de la democracia en las instituciones.

La parte positiva es que todo ello puede ayudar a movilizar el voto de la izquierda, que hasta ahora parecía resignada a una victoria agobiante de Isabel Díaz Ayuso. Ahora bien, visto desde Catalunya es difícil no recordar a la izquierda española que desde aquí hace ya tiempo que se les advertía de la deriva ideológica del deep state y de la eclosión cada vez más desacomplejada de un fascismo de nuevo cuño donde se mezcla la nostalgia neofranquista con las técnicas comunicativas del trumpismo (fake news, falta de respecto al adversario, etc.). Se nos dijo que Catalunya era una sociedad provinciana y fracturada porque aspiraba a celebrar un referéndum, mientras que en Madrid se respiraba modernidad y tolerancia. Y ahora resulta que la capital española afronta el peligro real de convertirse en un bastión de la derecha más retrógrada, más xenófoba y ultranacionalista. Una sociedad, además, partida en dos bandos irreconciliables. Pues sí, dejadnos decir, con toda la humildad, que el fascismo era esto y lo teníais ante los ojos (¿recordáis el "a por ellos"?), pero parecía que contra los independentistas todo valía. Esperemos que de cara al futuro aprendan la lección.

Los demócratas en general afrontan ahora el debate de como tratar esta extrema derecha manipuladora y sin escrúpulos. Pues bien, la respuesta es muy sencilla: con datos, datos y más datos. Hay que explicar cuál es la verdadera situación de los menas, cuál es la aportación de la inmigración a la economía, cuál es la realidad de la violencia machista. Desmontar una a una sus mentiras. Sin caer en provocaciones, pero con firmeza. Y explicando, por ejemplo, que 130 personas han muerto en el Mediterráneo en las últimas horas abandonadas por todo el mundo. Y que la respuesta a todos estos retos tiene que pasar siempre para ser más humano, no menos.

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