Ferreras, el periodismo y la ‘guerra sucia’

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Antonio García Ferreras en un momento de 'Al rojo vivo'

Las pornográficas grabaciones que hemos oído y que diría que continuaremos oyendo han dejado muy malparados, además del excomisario José Manuel Villarejo, a una pandilla de políticos, policías y también a algún juez. Y a los periodistas que se prestaban a publicar mentiras contra, por ejemplo, el exalcalde Xavier Trias o Pablo Iglesias. Uno de los señalados por las grabaciones de Villarejo es Antonio García Ferreras, de La Sexta, que admitía en una cinta haber difundido una grave información contra el líder de Podemos a pesar de sospechar que era mentira (“es demasiado burdo”). 

En 2016, cuando Pablo Iglesias lideraba Podemos, el digital OK Diario, dirigido por Eduardo Inda, publicó que el gobierno venezolano de Nicolás Maduro había depositado 272.000 dólares en una cuenta de Iglesias en un paraíso fiscal, las caribeñas islas Granadinas, cosa totalmente falsa y que Iglesias negó con vehemencia.

A pesar de utilizar el truco de citar a otro medio –en este caso Ok Diario, de extrema derecha y con una reputación cero justamente por publicar bulos–, Ferreras, personaje de izquierdas, no tiene perdón ni disculpa. Tampoco tienen el resto, como el mismo Inda y otros que se hacen llamar periodistas, pero que se han dedicado a difundir mentiras sabiéndolo y con la clara intención de adulterar el juego político, muy particularmente intentando destruir el independentismo catalán y Podemos. No es, ciertamente y por desgracia, la primera vez que se produce una conspiración de periodistas, pero quizás esta vez es cuando presentaba una conexión más íntima con los aparatos del Estado. Cabe decir que este tipo de dinámicas, al menos a una escala relevante, se producen siempre en Madrid, que es donde se concentra el auténtico poder en España.

Mentir intencionadamente es, en periodismo, el gran pecado capital. Se va contra alguien difundiendo falsedades –de la naturaleza que sea– a fin de que su reputación quede cuanto más sucia mejor. El daño que se hace suele acabar destrozando la vida del afectado, que, aunque tenga la suerte de poder demostrar que lo que se dice no es cierto, nunca podrá conseguir que se repare el gravísimo perjuicio sufrido.

Mentir es el gran pecado capital del periodismo, no solo porque se intenta hundir a alguien, sino sobre todo porque mintiendo expresamente se está violando el pacto que da sentido al trabajo periodístico y a la existencia de medios de información. Es un pacto por el cual los ciudadanos prestan atención y depositan su confianza en los periodistas a cambio de que ellos les expliquen lo que ha sucedido de la forma más próxima posible a la realidad. Observamos que, realmente, el debate esencialista, ontológico, sobre la verdad (o la objetividad) aquí resulta sobrante, puesto que lo que cuenta es el afán por perseguir la verdad, por acercarla, exista o no exista. Lo importante es este compromiso. El periodismo, en resumen, tiene que estar siempre y en primer lugar al servicio de los ciudadanos, de la sociedad democrática.

Justamente esto es lo que recoge la jurisprudencia del Tribunal Constitucional español, entre otros muchos. El periodista puede equivocarse y difundir una información errónea, pero siempre que haya actuado con honestidad y solvencia, que es como se supone que actúa un periodista. Lo que no puede hacer es dedicarse a vomitar información adulterada, que es lo que han estado haciendo –y hacen– algunos. 

¿Por qué una serie de periodistas han participado en la "guerra sucia" contra los independentistas y Podemos? Por intereses, es decir, por ambición, o bien por convencimiento ideológico. Casi siempre por los dos motivos. Y los directivos y propietarios de las empresas periodísticas, ¿por qué lo han impulsado o lo han permitido? Fácil: por las mismas razones, esto es, por intereses, por convencimiento, por las dos cosas.

Permítanme hacer una consideración final: cuando uno ha oído media docena de los audios de Villarejo, se da cuenta de que ha chocado, que ha caído de morros, con una cosa muy fea. Tiene la percepción que a través de la oreja se le revela crudamente la distancia, absolutamente excesiva, pornográfica, entre lo que tendría que ser y lo que realmente es. Entre la teoría y la práctica. Entre el discurso de la democracia española como “una democracia plena” y la realidad cotidiana. Esto nos tiene que indignar, ciertamente, pero sobre todo nos tiene que hacer, como ciudadanos, más exigentes. Por supuesto, también con el periodismo. 

Marçal Sintes es periodista y profesor de la Facultad de Comunicación y Relaciones Internacionales Blanquerna (URL)
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