La generación Z contra la desigualdad

Enfrentamiento entre los manifestantes y la policía este domingo en Rabat.
27/10/2025
3 min

Un hartazgo generacional sacude al Sur Global. Son los nacidos entre mediados de los 90 del siglo pasado y 2010, aproximadamente, en el cambio de un milenio marcado por la concatenación de crisis. La generación Z se ha levantado en varios países y continentes para reclamar cambios tangibles en unos sistemas democráticos imperfectos, corruptos y desiguales. La chispa ha saltado en los últimos meses en Nepal, Madagascar, Marruecos o Perú; y de forma más incipiente en Indonesia y Filipinas. Pero podríamos añadir también Bangladesh –donde ha habido oleadas de violencia importantes–, Kenia, el pasado año, y Sri Lanka en el 2022. Son movimientos dispersos en el espacio y en el tiempo. El desencadenante ha sido distinto en cada uno de los países, pero todos comparten un profundo malestar y la sensación de vivir bajo la violencia: violencia social por las injusticias y la corrupción; violencia medioambiental por la privación de recursos y los efectos climáticos; violencia humana por las violaciones de derechos y las desigualdades.

En Nepal las protestas empezaron contra la intención del gobierno de prohibir 26 aplicaciones, entre ellas Facebook, Instagram o Pinterest, por incumplimientos de la legislación del país. Pero el enfado real no tenía nada que ver con la eliminación de redes sociales, sino con la corrupción, el paro y las desigualdades. Una población joven, frustrada por la precariedad, convirtió la imagen ostentosa de los hijos de las élites políticas nepalíes en las redes en el elemento movilizador, hasta forzar la dimisión del primer ministro. Un gobierno interino ha prometido elecciones para marzo de 2026.

En Madagascar, uno de los países más pobres del mundo, donde el 50% de la población pertenece a la generación Z, 8 de cada 10 jóvenes no pueden vivir dignamente de su trabajo. La indignación por la corrupción política generalizada y las exigencias de transparencia y justicia toparon con la represión violenta de la policía, que hizo una veintena de muertos y cientos de heridos, según Naciones Unidas. La caída del gobierno ha llevado a los militares a tomar el poder durante los próximos dos años, lo que hace que el movimiento de revuelta sienta que debe seguir vigilando.

Más o menos por las mismas fechas, la muerte de ocho mujeres durante las cesáreas practicadas en un hospital público de Agadir, en Marruecos, fue el detonante del malestar compartido contra un modelo de desarrollo que menosprecia el bienestar social frente a inversiones millonarias en infraestructuras y estadios de fútbol para la Copa de África 2030, para el que el país comparte sede con España y Portugal. Uno de cada tres jóvenes marroquíes está en paro. Aquí, la generación Z ha añadido el 212, el prefijo telefónico del país, al nombre de ese movimiento transversal que reclama pacíficamente una reforma del sistema educativo y una mejor sanidad pública.

También hace un mes que los jóvenes de Perú han tomado la simbología de estas revueltas generacionales para salir a protestar contra la corrupción, la violencia, la fuerza del crimen organizado y la fragilidad de las instituciones, en un país que ha tenido hasta siete presidentes en nueve años. Los jóvenes se han unido a un malestar transversal que ha sublevado también el sector del transporte y los pequeños comerciantes. El gobierno provisional decretó el estado de urgencia como medida también para frenar las movilizaciones, que fueron reprimidas con violencia. Pero la realidad es que en lo que va de año ha habido casi 1.800 homicidios en todo el Perú; y de 2023 a 2024 las denuncias por extorsión aumentaron un 540%.

Todos estos malestares compartidos en algunos de los países demográficamente más jóvenes del planeta se han alimentado también de la viralidad de una simbología y unos espacios generacionales. Discord, TikTok o Instagram se han convertido en plataformas de coordinación horizontal y emulación colectiva, y la bandera pirata del manga más vendido del mundo, One Piece, se ha erigido en una expresión política neutra y compartida porque no se casa con ningún movimiento real, sino con un relato generacional ficcionado de revuelta contra la tiranía. La conciencia de una realidad similar, pero también la descentralización, la falta de liderazgos claros y el anonimato de las redes, les ayudan a superar el miedo a la represión. Sin embargo, al mismo tiempo, dificultan la capitalización política de esta fuerza para materializar los cambios que reclaman.

Son una generación digital, que ha crecido en la aceleración de los cambios y la incertidumbre sobre el futuro, y que reclama un presente mejor. Son un aviso global de que la globalización y la transformación tecnológica provocan en los jóvenes de todas partes una experiencia hecha de disparidad socioeconómica, privación relativa, hiperconectividad y sensación de vértigo.

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