Las guerras arancelarias: ¿quién gana y quién pierde?

Un enorme barco lleno de contenedores pasando por el canal de Panamá. ENEA LEBRUN / REUTERS
12/03/2025
Catedràtic d'Història i Institucions Econòmiques del Departament d'Economia i Empresa de la Universitat Pompeu Fabra. Director d'ESCI-UPF
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La historia no da tantas lecciones como quisiéramos. Y las que da a menudo son malas. Ahora bien, sí que nos dice que las guerras arancelarias se pierden. Se pierden por ambos lados. De hecho, son guerras de resistencia, en las que ambos bandos esperan resistir más que el otro. Inevitablemente, quien gana son terceros.

Hay un precedente muy importante. La Gran Depresión de los años treinta del siglo XX nació de una crisis bursátil (1929) no atendida por la Reserva Federal de Estados Unidos y de una respuesta del Congreso de EE.UU. en forma de incremento de aranceles (1930) para compensar el empobrecimiento interno. Todo el mundo se quedó parado ante el cierre comercial del país más rico del planeta, el único que podía sacarles del empobrecimiento sufrido durante la Gran Guerra, y fue inevitable tener que responder con subidas de aranceles contra él. El círculo vicioso de golpes y contragolpes empobreció a todo el mundo y sólo se detuvo con cambios drásticos en los gobiernos de los principales países del mundo, empezando por los propios Estados Unidos. Actualmente se enseña en todas las universidades el grave error de la represalia arancelaria de 1930: la ley Smoot-Hawley, que fue aprobada con un sólido apoyo político pero que hizo mucho más daño de lo que nadie hubiera podido imaginar, empezando por los propios americanos. El presidente Trump ya se está metiendo en un callejón sin salida que se asemeja mucho al del presidente Hoover en 1930. Detrás de esto hay una completa incomprensión de las virtudes del comercio, el internacional incluido. Se le ve cómo lo veían los mercantilistas, que consideraban que lo que un socio gana el otro lo pierde. Es una creencia de quien siempre habrá realizado transacciones con esta visión. No debe extrañarnos que los republicanos de toda la vida, liberales en economía, estén horrorizados con la política de Trump.

En nuestro país tenemos algún buen ejemplo de los beneficios que se pueden obtener de las guerras comerciales de los demás. Cuando Francia e Italia se enzarzaron en una guerra comercial entre 1888 y 1892, que ya se iba cociendo en años anteriores, todos los países vecinos, entre ellos el Reino de España, se beneficiaron exportando mucho más a Francia, sobre todo, ya Italia. En Catalunya la "fiebre de oro" venía de unos años antes, pero la bonanza vitícola se prolongó gracias al conflicto arancelario entre los dos grandes productores de vinos.

También son guerras comerciales los boicots entre países. Mucho se ha abusado de los boicots, como sustituto pacífico de las guerras. Sin embargo, los boicots tienden a reforzar quién está en el gobierno de los países boicoteados. Políticamente es muy fácil generar un cierre de filas en torno al gobierno de un estado que ha sido boicoteado. Esto lo conocen bien las dictaduras que han sufrido boicots comerciales en los últimos años: sea Rusia, Irán, Sudáfrica o Cuba, por poner ejemplos bien conocidos. En cada uno de estos países el boicot no ha debilitado a quien estaba en el poder, sino que lo ha reforzado y ha justificado medidas de emergencia de concentración de poder. También ocurrió en la España de Franco después de la Segunda Guerra Mundial. El boicot se vuelve políticamente inútil. Se revuelve en contra de quien lo hace.

Que el boicot comercial o la guerra arancelaria la hagan políticos que se reclaman "liberales" en economía es más que chocante. De hecho, es una demostración de que liberales no son nada. Son populistas puros y, como tales, piensan poco (o creen que todo el mundo piensa poco). Probablemente nos hallamos ante políticos con pulsiones autoritarias justificadas por su populismo, que da gran urgencia a resolver rápidamente y con soluciones simples los problemas que aparecen, aunque las soluciones no tengan suelta ni vuelta.

Provocar una guerra comercial cuando resulta que tienes un gran superávit en la balanza de servicios o en la balanza de capitales es señal de incomprensión profunda del funcionamiento de una economía. Es normal que las economías más avanzadas, con mayores sueldos, acaben exportando más servicios que bienes, en la medida en que las tecnologías más avanzadas y el capital humano más sofisticado pueden utilizarse como input indispensable para la producción de servicios muy demandados (las plataformas digitales son el principal ejemplo). Es el día a día del comercio internacional. Además, exportan mucho capital y obtienen unos enormes flujos de retorno gracias a los rendimientos de sus inversiones.

No debe sorprendernos nada, al contrario, que quien está amenazado por una guerra arancelaria se apresure a responder. Quizá su país pierda dinero, pero seguro que quien gobierna ganará elecciones o afianzará su poder si se defiende con un buen ataque, comercial o político. Algunos de los países más empobrecidos del mundo han sufrido guerras o boicots comerciales, pero los gobernantes no han perdido el poder. No creo que sea lo que Trump quiera, pero será la respuesta con la que se encontrará.

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