No entiendo de fútbol y no lo sigo mucho, pero me gusta ver los mundiales y la Eurocopa. Ayer, además, el partido era contra Italia y cuando España juega contra Italia siempre se reactiva el grupo de WhatsApp que tengo con dos viejos amigos italianos, Atilius y Fabrizio, del tiempo de mi Erasmus en Bolonia. Quedábamos los domingos para hablar de política, para hacer pizza y pasta al horno y para ver el fútbol. Después, para bajar un poco la comida, nos íbamos a jugar un rato. Llegamos a montar un equipillo de pachangas (L’Armata rossa) del que aún conservo la maglietta. Casi 25 años después de aquello, los tres seguimos teniendo pelo y seguimos siendo comunistas. En 2000 seguimos juntos la Eurocopa en la que Raúl falló el penalti decisivo ante Francia en cuartos e Italia perdió, también contra Francia, la final. Ayer seguimos juntos el partido en el WhatsApp, les volví a recordar el codazo de Tassotti a Luis Enrique y se rindieron a la superioridad de España.
Ya les digo que no entiendo mucho de fútbol, pero me gusta mucho esta selección por como juega y porque me da la impresión, viendo los jugadores, que se parece un más a España, de lo que a muchos les gustaría. Ayer, antes del partido, Willy Bárcenas, músico y vástago del famoso tesorero del PP, dijo en la red X: “Me pone negro que los centrales de España sean franceses. Le norrrrrmand, Lapoggggte, no me jodas”. Bárcenas junior se refería a los dos centrales de origen francés, Laporte y Le Normand, a los que el Consejo de Ministros otorgó la nacionalidad para poder competir por España. Ya se pueden imaginar las respuestas en X. En realidad, Bárcenas representó bien el inconsciente de una derecha española a la que esta selección, no le resulta tan española como debería ser. No es una novedad; la extrema derecha francesa siempre se ha quejado de lo poco francesa que es su selección de futbol. Para ser español o francés se conoce que no se puede tener un apellido africano y se tiene que tener la piel blanca.
Permítanme que les cuente una anécdota (no es la primera vez que la cuento, pero viene al caso). En el mundial de 2010, algunos amigos quedamos en Lavapiés para ver la final que jugó España contra Holanda. Como no estábamos muy cómodos con los que Don Santiago Carrillo calificó como “colores oficiales de la bandera del Estado”, decidimos convocarnos en un bar portando banderas republicanas. La convocatoria fue un fracaso; no fuimos más de 4 o 5 los que trajimos una tricolor. Pero cuando, tras el final del partido, vimos a cientos de trabajadores de origen africano y oriental, inundar Lavapiés envueltos en la bandera oficial, llegamos a la conclusión de que esa imagen podía ser más potente respecto a la que nosotros queríamos dar.
Pensando en el comentario de Bárcenas junior, creo que, en realidad, hay gente en España que no termina de tragar que en la selección haya españoles hijos de trabajadores como los que llenaron las calles de Lavapiés; del mismo modo que tampoco les gusta que pueda haber jugadores vascos o catalanes con sensibilidades diferentes o que haya jugadores que puedan comprometerse frente a la ultraderecha, como ha hecho Mbappé. Del mismo modo que tampoco les hizo ni puñetera gracia el compromiso feminista de las campeonas del mundo.
Es verdad que en la selección hay jugadores que responden a los arquetipos que encantan a la derecha, “apolíticos” de esos que dicen que no son ni de izquierdas ni de derechas y que ni machismo ni feminismo. Y es verdad que todos alucinamos cuando escuchamos a Nico Williams quejarse de los impuestos o cuando vimos que muy pocos futbolistas de la selección masculina se solidarizaron con sus compañeras de la selección femenina.
Pero creo que algo está cambiando. Ahí está Lamine Yamal, cuyo padre se enfrentó a los racistas de VOX y creo que es solo cuestión de tiempo que la selección siga pareciéndose más y más a España; estoy seguro de que pronto habrá jugadores LGTBI y jugadores que conviertan en política su conciencia sobre su origen de clase o sobre su identidad. Me gusta esa España.