Mbappé y la política de los ídolos

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El futbolista francés Kylian Mbappé

Lo llamativo de que Kylian Mbappé haya tomado partido a raíz de la situación en Francia no es lo que ha dicho, sino la ola de admiración automática que celebra que los deportistas de élite se metan en política. Basta con pensar un poco para ver que la afición no puede estar basada en la esperanza de que el colectivo tenga una gran capacidad de análisis ni un compromiso especial con las causas nobles. En el mejor de los casos, las ideas políticas de los deportistas serán como las de cualquier otro segmento de la población, aunque, si nos ponemos algo marxistas, la gente que gana mucho dinero suele proteger sus intereses de clase. De hecho, Mbappé ni siquiera ha llamado específicamente a luchar contra la extrema derecha, sino contra los "extremos" en general. Es normal que, si eres un millonario, hagas propaganda en contra de las ideologías que podrían fusilarte a impuestos y prefieras algo tan centrado como que la capital de España te redacte una ley fiscal a medida.

Este aplauso a los deportistas desvelados hace años que va al alza en paralelo con el creciente prestigio de la idea de que la neutralidad no existe y todo es política. La teoría hace más o menos así: al igual que la gente que dice que no es de derechas ni de izquierdas, o como Franco que decía lo de “usted haga como yo: no se meta en política”, damos por hecho que quien ignora la política defiende elstatu quo. Y si lostatu quo es mejorable, lo que necesitaríamos sería despertarnos de nuestra enajenación. Si los deportistas aprovechan los micrófonos potentísimos para hablar de política, los espectadores aturdidos por la sociedad del espectáculo, que decía Guy Debord, empezaremos a interesarnos por la democracia a la habermasiana manera.

Pero resulta que el deporte es radicalmente antidemocrático. En las sociedades modernas no utilizamos la palabra “democrático” para decir “la fuerza de la mayoría que se impone a la de la minoría”, sino para decir “igualitario”, un resumen del convencimiento de que todos tenemos la misma valía intrínseca tal cómo se expresa en la ecuación “una persona, un voto”. Aunque hoy la damos por supuesto, es una de las transformaciones espirituales más importantes de la historia de la humanidad. Durante la mayor parte de la existencia de la especie, las jerarquías de hierro han sido consideradas algo natural y deseable. En todo el globo y los siglos hemos encontrado la distinción entre castas, hombres y mujeres, libres y esclavos, nobles y siervos, etcétera. La idea de que los débiles deben tener los mismos derechos que los fuertes es una extravagancia revolucionaria.

Precisamente, la popularidad del deporte en nuestros tiempos se debe a su capacidad para satisfacer ese deseo atávico de competición y jerarquías que la democracia intenta contrarrestar. Por eso el deporte fue tan promovido y exaltado por las ideologías totalitarias del siglo XX, desde el fascismo al comunismo. El objetivo era formar a un Home Nuevo que, irónicamente, actuara como un atleta clásico, desarrollando al máximo el físico y la mente para ponerse al servicio del Estado en una lucha potencialmente mortal contra los enemigos de la nación. En el contexto neoliberal, el Home Nou no es el patriota sino el emprendedor de sí mismo que trabaja de nómada digital. Cuando pensamos en el lugar de honor que el deporte ocupa en todo el mundo y la devoción incomparable que consiguen los deportistas, descubrimos la fascinación que la competición pura ejerce sobre el ser humano.

La ironía del caso Mbappé es que el Reagrupament Nacional, que figura que son los nuevos nazis, ha salido a quejarse con furia igualitarista. Jordan Bardella, la joven promesa del partido, dijo que “cuando tienes la suerte de tener un gran sueldo, eres multimillonario, puedes moverte en jet privado”, no deberías poder decir estas cosas ya que hay otras personas “que no llegan a fin de mes, que no se sienten seguros, que no viven en barrios superprotegidos y que a veces sienten que se pierden los valores de su país”. Ni que decir tiene que el argumento es sugerente, pero, como todo lo que dicen estas nuevas derechas, lo leemos en clave cínica de quienes quieren aprovechar el antielitismo para convertirse en unas nuevas élites y dejarlo todo igual. Ya hace tiempo que muchas de estas nuevas derechas han tocado poder y ninguna ha subido un solo impuesto sobre las grandes fortunas.

Naturalmente, no se puede vivir permanentemente revolucionado y una cantidad moderada de opio siempre nos ayuda a recargar energías. El advenimiento de la utopía no depende de cambiar los estadios por museos y los pósters de futbolistas por libros de filósofos. El deporte también puede transmitir valores comunitarios, educar en la tolerancia y ofrecer un espacio de sentido complejo y civilizado. Pero la imbricación del deporte de élite con la lógica del capitalismo global desatado es una transformación cultural profunda que está normalizando el derecho de los ganadores a recibir el tratamiento de héroes. Tal y como hemos visto con los episodios esperpénticos de la Fórmula 1 y la Copa América en Barcelona, ​​los partidos de izquierdas aprovechan el deporte para blanquear un modelo turístico dañino por las clases medias y bajas que se supone que deberían defender.

Justamente porque todo es política, cinco minutos pensando en el deporte de élite hacen que te des cuenta de la feudalización gradual de la sociedad; de cómo vamos sustituyendo la esperanza de igualar las cosas colectivamente por el deseo de competir todos contra todos por ser el afortunado que entrará en el 1% de arriba. Pero resulta que la democracia se inventó porque en el mercado las cosas no funcionan como en el deporte, y la correlación entre la valía individual y el éxito económico no depende de algo tan objetivo como quien chuta el balón mejor, sino de mil estructuras arbitrarias y trampas escondidas que nada tienen que ver con una competición justa. Más que admirarlos aún más como nuevos semidioses seculares, lo mejor que podría ocurrir cada vez que un deportista habla de política es que sus legiones de fans le hagan caso y acaben en páginas llenas de ideas sobre igualdad y redistribución de la riqueza.

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