¿De qué sirve que el gobierno destine millones a educación si por la noche los padres no hacen apagar la televisión? Con verdades grandes como puños, con recordatorios a la responsabilidad individual que todos tenemos si queremos que la sociedad funcione, Obama ganó las elecciones en el 2008. Entonces llamaba la atención sentir a un político hablando como un buen director de escuela de los problemas cotidianos. Sonaba sensato y, sobre todo, nuevo, junto a las viejas mentiras de Bush sobre la guerra de Irak y el hundimiento del sistema financiero debido a la codicia desregulada de Wall Street.
Kamala Harris utiliza una retórica parecida: “Desde que tengo memoria, siempre he tenido el instinto de proteger”. El problema para Harris no es que no lo diga con esa fuerza predicadora de Obama o que hayan pasado dieciséis años y ya no suene tan nuevo como entonces, sino que éste quizás ya no es el mensaje que quieren oír los americanos después de años de retóricas del miedo y de algoritmos divisivos que han formateado el cerebro y los gustos políticos de los electores. Trump no tiene el instinto de proteger sino de dividir, y le ha ido muy bien hasta ahora. Trump no proyecta la sociedad deseable que podríamos construir entre todos en un futuro si hiciéramos aflorar nuestras mejores virtudes cívicas, sino que se remite a la cruda realidad de un mundo hecho de ellos contra nosotros. Y es a través de este nosotros amenazado que Trump protege. Primero dividir y después ofrecer protección. Decía Obama: "En democracia, el oficio más difícil es el de ciudadano". Pero Trump ríe, de estos sermones kennedyans. ¿Qué se embadurnan con el bien común, si vendrá un inmigrante ilegal que le tomará el trabajo?