Buenos días, 2025. Nos estamos zampando el primer cuarto de siglo del XXI y, ciertamente, nos lo imaginábamos más grande, más desvelado, libre y feliz. Hay motivos para pensar que hemos ido atrás (tanto si situamos a la primera persona del plural en el mundo o en Cataluña) y entramos al año nuevo con la inquietante sensación de que si el futuro es incierto por definición, las incertidumbres con las que entramos en la segunda mitad de la década de los veinte son de tsunami: tenemos a Europa ante la cuadratura del círculo de seguir siendo un espacio de libertad y bienestar mientras está llamada a rearmarse con una economía que no tira como antes solía; tenemos guerras cerca, y Trump y Musk redefiniendo el mundo; la inteligencia artificial cabalgando hacia nuestras vidas y trabajos, y la evidencia de que como país no tenemos suficiente poder político que mire por nosotros mismos.
Con todo, siempre pienso, y hoy también, que no somos, ni de largo, la Catalunya que ha estrenado un enero en peores condiciones y más incertidumbres.Buenos propósitos... ¿Nada más?", de Miquel Puig), pero no podemos vivir como recién levantados en un día laborable, cuando repasamos qué nos espera y pensamos que no lo levantaremos, sino que tenemos que vivir como media mañana, cuando ya están en marcha trabajos y decisiones programadas para el día y la dinámica virtuosa del esfuerzo en sus obligaciones revela que no todo era tan complicado.
Pura coincidencia, he visto la felicitación de año nuevo de 1991 de Cruyff en TV3, en la que dice: "Los catalanes pueden pedir más confianza en sí mismos y quizá podamos decir «este año, puede ser sí»"; y un texto de Pasqual Maragall en plena crisis post Juegos del 92 en el que decía que a menudo se preguntaba qué era el patriotismo y había concluido que, para un político era cuestión de arrastrar a la gente, de creer en la parte llena de los datos y las previsiones y evitar el bucle pesimista.
