Hechos, y no relatos

3 min
Carlos Puigdemont and Spanish Second Diputy PM Yolanda Diaz meet in Bruselas

Xavier Domènech explica que en toda negociación es básico que “ninguna de las partes imponga su relato a la otra”. Porque los procesos negociadores piden una percepción de victoria compartida. Si una de las partes tiene la tentación de presentarse como ganadora, de recrearse en la humillación de la contraparte, el acuerdo puede irse al traste. Pero la batalla del relato, la que importa, se produce antes del acuerdo. Es donde estamos ahora. Todo el mundo habla de máximos y mínimos, de líneas rojas. Por el momento, el debate se centra en la amnistía. Es un éxito de los independentistas, porque en la anterior investidura esto era implanteable. Se obtuvo el indulto para los encarcelados y una reforma del delito de sedición. Era un paso adelante, quizá modesto. Pero todos los pasos hacia delante son importantes, porque sientan las bases de los siguientes. Los hacen más asumibles.

Otro paso adelante fue la constitución de una mesa de diálogo entre los gobiernos catalán y español. Iba precedida del reconocimiento de un "conflicto político". Esto elevaba el rango de una eventual negociación. Como es sabido, la mesa nació con mal pie por las batallitas tácticas entre ERC y Junts. La mezquina batalla del relato, una vez más. El PSOE, poco motivado y con un as en la manga (tenía los votos de Ciudadanos en la recámara), dejó que la mesa se pudriera.

Los dirigentes de Junts, sobre todo después de salir del gobierno catalán, se han esforzado en negar todo valor a los pactos logrados por ERC con el PSOE. En parte, como respuesta a una excesiva patrimonialización de los mismos por parte de los republicanos; en parte, también, porque Puigdemont y su Consell per a la República tenían un justificado miedo a la irrelevancia. Pero ahora estamos en una fase nueva y estaría bien que unos y otros se esforzaran por dejar atrás esa batalla de relatos tan estéril.

Gracias a la aritmética, Puigdemont tiene ahora el protagonismo que desea, y legítimamente quiere aprovecharlo. Fijando un precio anticipado –la amnistía antes de la investidura– marca unos mínimos ambiciosos y, de paso, se ahorra entrar en el detalle de la negociación posterior, que debería conducir a lo que él mismo define como “acuerdo histórico”. Junts tiene ahora unas semanas para ir convenciendo a sus bases de que todo lo que lleva cuatro años criticando –la política de los acuerdos graduales– es la única vía posible. Si el acuerdo será histórico o no, lo decidirá quien imponga su relato.

Para que este tren no descarrile ahora hace falta sentido de país, y eso no significa, solo, que Junts y ERC se comuniquen de forma fluida; también significa que Puigdemont entienda que, pese al respeto institucional que merece, en Barcelona existe un president de la Generalitat elegido por el Parlament, que necesita ser parte activa y comprometida de cualquier acuerdo. Si no es así, la Generalitat como institución quedará en una posición lamentable, algo que seguro que Puigdemont no quiere; y ERC podría revolverse contra la situación, como Junts hizo en el pasado. Una buena forma de evitarlo sería que los acuerdos a los que se llegue en la investidura sean ratificados, y puestos en práctica, por la mesa bilateral de diálogo, que recuperaría su fuerza simbólica y efectiva, lo que no es malo para Junts, si realmente aspira a volver a gobernar.

La amnistía implica poner el contador a cero y volver a la casilla de salida. No supone ningún avance real del autogobierno, ni nos acerca a la autodeterminación. Los partidos soberanistas no deben conformarse con ello. Ni tienen que dejarse intimidar por los aspavientos de la derecha española o de Felipe González. Pero con la firmeza, la templanza: si a cierta España le interesa hacer ver que se la está humillando, no hace falta ponerle las cosas fáciles hablando de unilateralidad. Sobre todo porque todos recordamos cómo fueron las cosas en 2017.

stats