No hay conversación de sobremesa o de puerta de escuela en estos tiempos de fin de curso en los que una madre o un padre preocupado no saque el tema del uso continuado y excesivo que sus hijos hacen de las redes sociales. TikTok e Instagram ya aparecen como un miembro más de la familia, ocupando cada vez más espacio y tiempo en las vidas de los jóvenes por desesperación, impotencia y enfado de sus progenitores.
Hasta ahora, el recurso más utilizado para promover un uso saludable y equilibrado de las redes sociales ha sido apelar a la sensibilización, educación, diálogo y negociación con los adolescentes. La idea central ha sido siempre que es un tema de normas, convivencia y educación en buenos hábitos. Sin embargo, la creciente preocupación y el hecho de que muchos gobiernos comienzan tímidamente a legislar y regular para proteger a los menores en el entorno digital, sugieren que estas medidas son insuficientes. No sólo se trata de proteger su intimidad e integridad física, sino también de defenderlos de los algoritmos que los mantienen enganchados a una pantalla, en un momento vital en el que es crucial dedicar tiempo al estudio, la actividad física y la vida social activa. ¿Qué está pasando que haga pensar que algo va a cambiar pronto? Creemos que existen tres factores diferentes pero relacionados.
El primero está relacionado con el Anteproyecto de Ley Orgánica para la protección de los menores en los entornos digitales, que no sólo pone énfasis en la sensibilización y formación de los jóvenes y sus padres, sino que también contempla regular características que hacen que las redes sociales capten la atención de los jóvenes durante horas. Esto incluye imponer obligaciones a las grandes operadoras y influencers para garantizar los derechos de los jóvenes, activar el control parental por defecto, prohibir sistemas de "cajas-regalo" que utilizan principios de reforzamiento variable, y obligar a las corporaciones a informar sobre los riesgos del uso abusivo y los efectos nocivos para el desarrollo físico , mental y moral de los jóvenes. Hay paralelismos con la normativa europea sobre inteligencia artificial que recientemente aprobó el Parlamento Europeo, mencionando la manipulación psicológica que puede darse a través de la IA, la base de los algoritmos de las redes sociales.
El segundo factor es el movimiento incesante, tanto legal como mediático, en EE.UU., que inevitablemente nos llegará. Varios estados, como el de Nueva York, han denunciado las cinco principales redes sociales para perjudicar la salud mental de los jóvenes. Uno artículo reciente en el New York Times, escrito por el máximo responsable de salud pública de EE.UU., hace un llamamiento a un trabajo colaborativo de toda la sociedad, y concreta medidas regulativas como etiquetas informativas en productos como redes sociales y videojuegos similares a las de los productos del tabaco. Aunque no son la solución definitiva a un problema complejo y multifactorial, es un paso más que hacer nada, indicando un rumbo de acción que va más allá de las advertencias habituales y busca modificar los usos y efectos negativos, como la sensación de malestar e incluso de soledad después de estar en redes sociales, observada por el propio responsable de salud pública en reuniones con jóvenes.
El tercer elemento que nos hace pensar que algo se está moviendo en la relación entre estas grandes corporaciones y la sociedad es que parece que las empresas empiezan a tener la sensación de que la barra libre que han tenido hasta ahora –cuando cualquiera intento de regulación era visto como una injerencia injustificable– se está acabando, y que pronto tendrán que cambiar cómo se enfrentan a una sociedad que cada vez está más sensibilizada. Algunas han comenzado grandes campañas de comunicación informando sobre las medidas que adoptan voluntariamente para proteger a los más vulnerables. No son malas noticias, pero no pueden distraernos de la necesidad de regular (más y más profundidad) el sector a nivel europeo y estatal. Si hacemos un paralelismo con la regulación del tabaco, donde se regula no sólo la sustancia sino también cómo y dónde se puede fumar, a qué edad, precios y etiquetado, queda claro que todavía hay un largo camino por recorrer en el mundo de las redes sociales. ¿Alguien imagina que la única acción preventiva con relación al tabaco fuera sencillamente hacer campañas pidiendo a la gente que no fume porque es malo para su salud? Pues básicamente esto es lo que ha estado pasando hasta ahora con las redes sociales, en las que la responsabilidad del uso poco saludable ha caído siempre en el lado de los usuarios y no se ha tenido en cuenta que quizá el «producto» también necesite una revisión.
Quizá sea un buen momento para sentarse y pensar, si es posible sin conexión pero conectando.