El líder de Se ha Terminado la Fiesta, Alvise Pérez, el domingo valorando los resultados.
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"Espero que no tenga que pasar algo atroz para que recuperemos el contacto con la realidad", escribía el domingo en el ARA el maestro Enric González. En el artículo se refería, entre otras cosas, a las consecuencias históricas del romanticismo alemán del XIX en la generación de un estado de ánimo que acabó marcando lo peor del siglo XX. Sea como sea, Nietzsche murió el 25 de agosto de 1900, es decir, 19 años antes de la fundación del NSDAP, el partido nazi. Y Wagner, a quien a menudo se endosan tantas desgracias, en 1883, seis años antes del nacimiento de Hitler. ¿Se los puede acusar de ser nazis antes del nazismo? ¿Y de inspirarlo? Esto ya es otra historia. En cambio, sí existen elementos de aquel tiempo que permiten establecer una relación causal directa y que a menudo se omiten, como la entronización de la frenología como la forma "científica" de entender las complejidades del ser humano. La forma de los cráneos, los rasgos faciales, la raza, determinaban entonces la conducta individual y también la colectiva, la de los pueblos. El mundo se dividía en braquicéfalos y dolicocéfalos, en arios y no arios, etc. Todas estas tonterías pseudocientíficas fueron la base teórica y la justificación política de Auschwitz. Para volver a la realidad tuvo que pasar algo atroz, efectivamente...

Ahora mismo, en Francia podría producirse un cambio que desdibujaría el panorama europeo. La –en mi opinión– nada meditada decisión de Macron de convocar elecciones modificará consensos importantes y aumentará el malestar, incluso si no gana Le Pen. Este asunto, en todo caso, nada tiene que ver con la década de 1930, lo que no quiere decir que sea inocuo. Percibirlo apocalípticamente es tan poco sensato como despreocuparse de ello haciendo ver que no pasa nada. Como ya he comentado en otras ocasiones, mientras hace 90 años se consumó un choque ideológico, ahora se está produciendo un cambio de mentalidad. El ascenso de la extrema derecha no es la causa de ese cambio de mentalidad, sino la consecuencia –una de las consecuencias, entre otras–. La mayoría de análisis desenfocados derivan de una concepción errónea de esta relación causal, así como de la obsesión por hacer paralelismos históricos demasiado fáciles. La mayoría de franceses que votó masivamente a Le Pen en los últimos comicios europeos nada tienen que ver con los partidarios de Pétain en la década de 1940. La comparación es forzada y absurda, y no permite entender –y por tanto combatir– lo que representa hoy un partido como el Frente Nacional en Francia. El tóxico personaje que se llama Alvise Pérez tampoco tiene que ver con el falangismo de hace 90 años sino con el oportunismo y el puro morro. Como Ruiz Mateos hace unos años, se ha presentado a las europeas para blindarse como aforado, y punto. ¿Y quiénes lo han votado? Forman parte de las nuevas masas virtuales. Porque las masas, conviene no olvidarlo, han vuelto: este sí que es un hecho perfectamente constatable. Cuando todo el mundo las daba por muertas y enterradas, cuando ya no se veían por las calles, las masas reavivaron gracias al rúter y ahora, impunes y anónimas, se manifiestan las veinticuatro horas del día en el inframundo de las redes sociales. La realidad es una cadena de pantallas, y en las pantallas todo es ilusorio. Dale, pues, que no pasa nada, sea en forma de las noticias falsas por las que fue condenado el tal Alvise o por los datos inventados que Farage utilizó para engañar a los británicos y poder salir de la Unión Europea. Es evidente que todo esto nada tiene que ver con una ideología concreta, ni nueva ni vieja, sino con el surgimiento de una mentalidad confusa. ¿Qué la caracteriza?

Existe esta omnipresencia de la ironía (pero de la ironía banal, de la bromita, no de la ironía socrática) como actitud por defecto, sin que nada quede fuera de su alcance. Existe esta contradicción de una cultura universal que es a la vez ultrahomogénea y ultraatomizada. Existe ese extraño gregarismo individualista que transforma la identidad en una adherencia efímera y precaria, en una marca. Existe esta percepción de la inmediatez como un valor absoluto –es decir, más allá del tiempo cronológico– con todo lo que esto implica en relación con cosas que, por definición, nunca podrán ser inmediatas. Existe esa vivencia trivial y desdramatizada del nihilismo, del roce constante con una nada que ya no nos interpela. Una vez perdido el contacto con la realidad, cualquier disparate es posible. En relación con la realidad, lo que quizás hoy habría que recuperar no es exactamente el contacto, sino el contrato que nos unía a través de la racionalidad.

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