Imagen lamentable del Govern antes de la mesa de diálogo

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El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, acompañado de los consejeros de ERC Laura Vilagrà y Roger Torrent dirigiéndose a la reunión de Gobierno  de este martes

BarcelonaERC y Junts alargaron hasta el límite las negociaciones para formar gobierno con el argumento que no querían repetir los errores del pasado y que aspiraban a constituir un ejecutivo fuerte y cohesionado. A las primeras de cambio, sin embargo, y en temas tan capitales como el aeropuerto o la mesa de diálogo, esta cohesión ha saltado por los aires y ha demostrado que no existe una mínima base común para garantizar la gobernabilidad durante cuatro años. En las últimas horas, el espectáculo de división y reproches cruzados antes de la reunión de la mesa de diálogo con el gobierno español de este miércoles ha sido sencillamente lamentable.

En esencia, los hechos son los siguientes. Después de un tira y afloja que ha durado meses, ERC consigue que Pedro Sánchez participe en la primera reunión de la mesa. La fórmula, pensada para minimizar el desgaste para el presidente español, es la de una reunión bilateral entre los dos presidentes y la participación de los dos en la apertura de la mesa de diálogo. Este formato no acaba de gustar a Junts, que había amenazado en los días previos con no participar en la mesa si no venía Sánchez. En paralelo, durante el verano, el president Aragonès pide a sus socios que las personas que designen para la mesa sean miembros del Govern, con el argumento que así se le dota de la máxima institucionalidad. Él mismo propone que lo acompañen la consellera Vilagrà y el conseller Torrent. Y este martes por la mañana, justo antes de la reunión del consejo ejecutivo, Junts ignora la petición del presidente y hace público un comunicado en el que informa de sus nombres, entre los cuales solo hay un miembro del Govern, el vicepresidente Puigneró, y completa la lista con Jordi Sànchez, Jordi Turull y Míriam Nogueras.

Ante este pulso que le plantean sus socios, Aragonès decide que no acepta los nombres de Junts y en el consejo ejecutivo se aprueba un acuerdo en el que solo constan los miembros de ERC en la delegación catalana. Después, el presidente comparece para explicar que mantiene la puerta abierta a incorporar miembros de Junts siempre que rectifiquen, cosa que no hacen. El caso es que, si no hay un nuevo giro de guion, mañana asistiremos a la institucionalización de la fractura del Govern, con una delegación negociadora que estará formada íntegramente por miembros de ERC.

Ante esto, es lícito preguntarse qué futuro tiene un Govern que en las últimas semanas ha mostrado diferencias insalvables en dos cuestiones tan importantes como el aeropuerto de El Prat y la mesa de diálogo. Y no solo esto, sino que en este caso Junts ha cuestionado directamente la autoridad del presidente de la Generalitat y ha desoído su petición. Hay que apuntar aquí que Aragonès, como president y líder de la fuerza independentista más votada, tiene derecho a liderar la negociación, a marcar las reglas del juego y a exigir una mínima lealtad institucional a sus socios. Porque, en última instancia, la carencia de unidad catalana a quien beneficia es al gobierno español y a Pedro Sánchez, que se quería ahorrar el trance de la reunión y ahora ve cómo su presencia lo que ha hecho es debilitar a la parte catalana de la mesa.

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