Con imprudencias nos cargaremos el verano

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Al paso que vamos, este mes de julio no nos dejará muy buen recuerdo, tanto en relación al covid como a los incendios. El exceso de confianza de que con las vacunas ya superaríamos la crisis sanitaria ha hecho que el covid-19, y en concreto la variante delta, haya estropeado todos los planes de un verano de recuperación turística y de ocio más o menos normalizado. Y en cuanto al fuego, estamos viendo cómo com el primer episodio de calor los incendios -al parecer, en más de un caso debido a imprudencias o incivismo- nos están castigando en diferentes puntos del país. Ni en un caso ni en el otro no se puede decir que no estuviéramos advertidos. Los llamamientos públicos a la prudencia han sido frecuentes. Si con la pandemia es cierto que también ha habido incoherencias y titubeos desde las administraciones, en el caso de los incendios no. En este segundo caso, el buen trabajo de prevención y la actuación rápida y rigurosa de los Bomberos y otros cuerpos ha minimizado hasta ahora los daños a la naturaleza y las personas. Pero esto no quita que vayamos, como se está viendo, camino de un verano que seguirá siendo muy complicado.

Ante este preocupante doble panorama, toca apelar una vez más a la responsabilidad individual y colectiva para minimizar los peligros, tanto los de la salud como los del fuego. En realidad, en los dos casos hablamos de un respeto a la naturaleza. Si el coronavirus se ha podido expandir con la rapidez con la que lo ha hecho, en parte ha sido por el abuso que los seres humanos hemos hecho de la comercialización de determinadas especies animales, que, según las hipótesis científicas más creíbles, habrían hecho de transmisores del covid-19. Poner límites a estas prácticas es hoy una necesidad global que hay que abordar seriamente. O tendremos que hacer frente a más pandemias imparables. En cuanto a los fuegos, con el constatable y progresivo aumento de los fenómenos extremos debido al cambio climático, también afrontaremos un horizonte incendiario si no nos tomamos seriamente el respeto al equilibrio natural. Ya hemos visto lo que ha pasado con las inundaciones en Alemania y en India y con los incendios en Estados Unidos. Aunque en el Mediterráneo desgraciadamente estemos acostumbrados a los fuegos, esto no quiere decir que los tengamos que aceptar como una fatalidad. Al contrario: tenemos que ser conscientes de que si no les hacemos frente de manera coral (con políticas de prevención, inseparables del cuidado del entorno), los incendios cada vez serán más frecuentes y potencialmente letales.

La salud de nuestro paisaje y nuestra naturaleza nos asegura una buena calidad de vida, además de ser un valor económico indudable. Lo mismo podemos decir respecto al coronavirus : garantizarnos la inmunidad contra este y otros virus que puedan venir es condición sine qua non para proyectar un futuro colectivo de progreso y bienestar. De lo contrario, volveremos a poner en riesgo la vida de muchas personas y el dinamismo de nuestra economía.

Así pues, es imprescindible que en lo que queda de verano nos conjuremos todos juntos para frenar el virus y los incendios, para evitar que tanto el uno como los otros proliferen. Extrememos todos la prudencia.

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