La inflación y los precios relativos

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Instalaciones del gasoducto Iamal-Europa en Bielorrusia, en una imagen de archivo.

Todo el mundo está asustado con la aceleración de la inflación. Llevábamos muchos años de inflación muy baja; en algunos períodos incluso negativa. Estaba relacionada con la atonía de la actividad productiva. Poca actividad económica implicaba poca inflación. Tanto era así que el Banco Central Europeo (BCE), del que depende el control de la inflación mediante la política monetaria, se centraba en promover la actividad económica dando facilidades crediticias y tipos de interés nulos o negativos. No encontraba el momento de retirar estos estímulos crediticios porque la actividad no reaccionaba lo suficientemente positivamente. Esto era así hasta que hace unos meses, con la progresiva salida de los confinamientos, se vio que existían muchos estrangulamientos productivos que generaban encarecimientos de precios muy centrados en productos dependientes del transporte marítimo a larga distancia. Podían ser graneles líquidos, como petróleo, o productos que se transportan en contenedores. Los graneles líquidos necesitan barcos especializados, y los contenedores también. En ambos casos, no había suficiente capacidad de transporte disponible en los lugares oportunos y en los momentos oportunos. Estos cuellos de botella generaban incrementos de precios derivados de unas escaseces transitorias. El BCE se resistía a incrementar los tipos de interés convencido de que los cuellos de botella se disolverían solos y los precios volverían a la normalidad.

La guerra de Ucrania ha dado la vuelta completamente al panorama de la inflación, especialmente en el área euro, que es la que nos afecta de inmediato. Algunos precios, que pesan mucho en el cálculo del índice de precios de consumo (IPC), como los de los combustibles usados para el transporte y los usados para la calefacción doméstica, que en Europa proceden en una medida relevante de Rusia y de Ucrania, así como los cereales y semillas y sus derivados (aceite de girasol, por ejemplo), están subiendo mucho, y a gran velocidad. Esto impacta sobre los IPC, que son la medida de la inflación. El BCE avisa de que los incrementos de precios ya pueden calificarse de permanentes y no transitorios y que retirará los estímulos monetarios.

Tenemos que tener cuidado. La inflación peligrosa es la que tiene un fundamento estrictamente monetario: que los precios suban porque hay mucho dinero disponible. Esta es la mala inflación. Se debe evitar por todos los medios posibles. Genera tensión social, con ganadores y perdedores en cada sociedad. Cuando la inflación se despierta es muy difícil detenerla. Muchos países han vivido episodios desagradables de inflación descontrolada. ¿Es esto lo que está pasando? Creo que no. ¿Puede llegar a pasar? Sí, por supuesto. ¿Cuándo podremos decir que ocurre? Cuando los salarios suban para compensar las pérdidas de poder adquisitivo, y cuando los precios de un producto suban porque han subido los precios de sus factores de producción. ¿Cómo evitar la inflación “mala”? Aislando los precios que suben por escasez temporal y no pretendiendo compensar, con otros incrementos de precios, el empobrecimiento que nos causen.

Y es que no podemos confundir inflación con cambios en los precios relativos. Ahora suben algunos productos –energéticos y alimenticios– por la guerra de Ucrania. Pero simultáneamente otros están descendiendo. Según los últimos datos del INE bajan "vestido y calzado" y "comunicaciones", no se mueve "enseñanza" y apenas se mueve "medicinas". Incluso "ocio y cultura" tiene un comportamiento muy moderado. Existe un cambio de precios relativos. Por impactos políticos, militares y logísticos, unos productos se convierten en mucho más escasos o mucho más pedidos. No podemos compensar el empobrecimiento que nos producen. Generará inflación. Creará una espiral inflacionaria. Solo podemos incrementar nuestra productividad. Esto consiste en ahorrar los productos más caros –los más escasos, que son los que suben más de precio– y concentrarnos en consumir los más baratos –los más abundantes–. Fijémonos en que entre los que suben menos o que bajan se encuentran las comunicaciones, la enseñanza, las medicinas, el ocio y la cultura. He aquí el camino: más enseñanza, más comunicaciones, más ocio y cultura y menos energía.

Esto ya ha ocurrido otras veces. La primera crisis del petróleo –la de 1973 y 1974– fue superada brillantemente por países como Alemania y Japón, que entendieron que se habían empobrecido y que debían prescindir de tanto consumo de petróleo como fuera posible. Por el contrario, las actividades intensivas en conocimiento eran la alternativa. Desplegaron sectores intensivos en conocimiento y salieron más ricos de las crisis del petróleo.

No queramos compensar empobrecimientos de país con endeudamiento colectivo. Es una receta para el desastre. Si el gas y el petróleo son más caros, debemos consumir menos. No entro, aquí, como merecería, en el hecho de que hay actores domésticos que salen beneficiados del encarecimiento del gas y el petróleo. Esto debemos evitarlo porque es muy perverso y genera desigualdades internas injustificables.

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