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Un asistente a la manifestación contra los indultos a los presos políticos catalanes organizada por Ciutadans en Barcelona.

1. Buenos y malos. “Puede ser que no funcione, pero Sánchez hace bien en intentarlo”, dice el Financial Times. Y dice también: “El PP se opone pero no ofrece soluciones”. Es decir, el presidente del gobierno reconoce que hay un problema y que hay que afrontarlo, el principal partido de la oposición se niega a dar reconocimiento a los interlocutores y no tiene otra propuesta política que la represión. Que es la vía que han estado abonando el propio Sánchez y su partido hasta que han asumido que la espiral de la confrontación puede ser destructiva para todas las partes y han intentado abrir camino para pasar -lentamente- de los juzgados y los tribunales a las mesas de negociación.

Es evidente que el ejercicio empieza cojo, porque la cola de la represión es alargada (el caso del Tribunal de Cuentas flirtea directamente con el delirio), aunque la reacción del Consejo General del Poder Judicial ante las críticas del Consejo de Europa hace pensar que empiezan a temer efectos no deseados de la desbocada carrera emprendida en defensa de una visión patrimonial de la patria. Desde instancias judiciales se insinúa que los indultos son una corrección del gobierno al Supremo que puede contribuir a hacer que la sentencia se estrelle en el Tribunal de Estrasburgo. Por lo tanto, el camino arranca con los poderes españoles divididos y con la derecha boicoteando los movimientos de Pedro Sánchez. Lo cual nos dice de entrada que hay poco margen para reformas de fondo que requieren mayorías cualificadas en el Parlamento español. Hay que pensar vías que interpelen a los sectores de la ciudadanía que viven los desequilibrios de un sistema polarizado. De hecho, el PP muestra la debilidad del miedo: se ve obligado a la sobreactuación porque no tiene nada para proponer más que represión, cosa que no deja de ser una debilidad, por muy engoladas que sean sus arengas.  

Sin embargo, la presión de la derecha no deja de pesar sobre Sánchez, que se considera obligado a hacer actos de lealtad a las decisiones anteriores con afirmaciones tan peregrinas como “el castigo fue útil en el pasado y ahora lo es el perdón”, una patética cursilería moral que no blanquea la represión sino que denota que todavía hay una concepción religiosa del poder que premia a los buenos y castiga a los malos (una idea, por otra parte, que también impregna a un sector del independentismo afecto a la dialéctica de los buenos y malos catalanes).

2. Hecho el gesto, hecho el trabajo. Todo ello ayuda a ver los límites de la negociación que ahora tendría que empezar. Acostumbrados al gusto por el efectismo de Sánchez, la reacción automática es pensar que, en su mentalidad, hecho el gesto, hecho el trabajo. No vale: el gesto ha tenido el impacto que merecía. Pero ahora se tiene que pasar a la práctica. Y la práctica requiere concreciones y concesiones, aunque lógicamente sea de manera escalonada. A ambos lados, el que crea que el happy end está a la vuelta de la esquina que se tome vacaciones, entre otras cosas porque no hay una idea común de dónde se tiene que llegar. Y, por lo tanto, lo que hay que hacer ahora es trazar caminos que las dos partes entiendan como transitables y ya veremos dónde se acaban.

Está muy bien que Sánchez ponga la Constitución por delante (de momento ya reconoce que sería reformable, que ya es algo) y que el independentismo insista en los principios fundamentales: amnistía y referéndum de autodeterminación. Pero todo esto lo dirán los pasos que se vayan dando desde ahora, que solo pueden ser graduales y que atiendan a cosas concretas (hay una agenda bastante larga para activar y compensar urgencias y desequilibrios) y que son la manera de ganar complicidades para ampliar los márgenes de lo que es posible. Una vez hecha la reclamación retórica de los objetivos de máximos, se tiene que ir a temas urgentes de reconstrucción y relanzamiento del país. Y ahora mismo perder la noción del tiempo y creer a los que dicen que todo está al alcance de la mano con un poco de esfuerzo (que nunca concretan porque saben que la vía insurreccional es imposible y perdedora) es seguir en la resaca y el estancamiento. Puede ser que no salga bien, pero hay que probarlo. Y cargarse de razones para el día después, no de exigencias retóricas.

Josep Ramoneda es filósofo

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