Este viernes a las 10 empezará en el Parlament de Catalunya el debate y la primera votación para la investidura de Pere Aragonès como presidente de la Generalitat sin que se haya logrado todavía el pacto entre ERC, Junts y la CUP para que salga adelante. De momento, a la espera de que las bases de la CUP ratifiquen este jueves el preacuerdo con ERC, el candidato Aragonès solo tendría asegurados los 33 votos de Esquerra y los 9 de la CUP, lejos todavía de los 68 necesarios. La causa es que ERC y Junts no han sido capaces en las cinco semanas que han pasado desde el 14-F de ponerse de acuerdo, a pesar de que ya se daba por hecho que el próximo Govern estaría formado por estos dos partidos. Sin entrar en el grado de responsabilidad de cada uno de los actores en la carencia de acuerdo, lo primero que hay que decir es que es una noticia pésima que en plena pandemia y con el país pendiente de ensartar el camino de la recuperación económica no haya todavía un acuerdo o, al menos, un preacuerdo entre las dos formaciones.
El momento pedía más altura de miras y un acuerdo rápido para poner toda la maquinaria de la Generalitat al servicio de la lucha contra la pandemia y de la reconstrucción económica. Lamentablemente, sin embargo, y si no hay una gran sorpresa en las últimas horas, todo apunta a que Aragonès perderá la primera votación. Esta traba se podría superar si en la segunda votación, sea el domingo o el martes, la investidura salga adelante y el Govern se pueda constituir antes de Semana Santa. Sin embargo, dos votaciones fallida y la apertura de un plazo de dos meses antes de la convocatoria automática de elecciones serían un fracaso que dejaría todavía más tocada la imagen del independentismo.
Una de las cuestiones que impide el acuerdo a estas alturas es el papel que tiene que tener el Consell por la República. Junts quiere que este órgano, presidido por Carles Puigdemont, dirija la estrategia del independentismo, mientras que ERC recela de él porque lo considera sesgado. Es evidente que hay que salvaguardar la figura del ex presidente Carles Puigdemont, que se ha demostrado como un activo muy valioso en el frente internacional del Procés, pero también es cierto que, desde que Artur Mas inició el Procés en 2012, hay un implícito que marca que el liderazgo del Procés recae en cada momento en la figura del presidente de la Generalitat, que es quien está habilitado democráticamente por el Parlament, donde reside la soberanía popular, y es el interlocutor institucional reconocido por el resto de actores. Desde este punto de vista, puede haber órganos de debate o consultivos, pero las decisiones, como en todas las democracias, corresponden al gobierno y al presidente.
Por lo tanto, habrá que ser generosos y creativos para encontrar una solución sobre este punto que permita al independentismo plantear el pulso al Estado en los diferentes ámbitos, interno y externo. Pero a la vez habrá que mantener las instituciones enfocadas en el objetivo de mejorar la vida de los siete millones y medio de catalanes, con el propósito de tener un país cohesionado en un momento extremadamente difícil. Y por eso la primera cosa que hace falta es investir un presidente.