Desde la muerte de Franco, la sociedad española ha dado muestras de tolerancia en muchos ámbitos. La Transición, de la que una gran mayoría se siente orgullosa, se basó en acuerdos incluyentes entre fuerzas políticas muy diversas, con un pasado de enfrentamientos. No se observó una oposición importante a medidas tan controvertidas como la amnistía. No quiero decir que no hubiera disensos importantes, pero se supieron encauzar institucionalmente.
A pesar del terrorismo de ETA, uno de los más intensos y prolongados en Europa occidental, no se produjeron grandes escándalos por las negociaciones del gobierno con ETA política-militar en 1982, ni por las que hubo posteriormente (salvo en el proceso de paz de Zapatero en 2006). Y aunque hubiera algunos grupos que apoyaron la guerra sucia del Estado contra ETA, en general no se despertaron sentimientos fuertes de venganza, hasta el punto de que en los años noventa, en las manifestaciones de repulsa del terrorismo fuera del País Vasco, era frecuente oír el grito “¡ETA no! ¡Vascos sí!”. Tampoco los atentados islamistas del 11-M en Madrid o de las Ramblas en Barcelona dieron lugar a actitudes xenofóbicas generalizadas.
España es uno de los países que ha vivido en menor tiempo un mayor flujo de inmigrantes, pasando en poco más de una década de tener un 2,5 por ciento de población inmigrante en el año 1995 al 13 por ciento en el año 2010. Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido en otros países europeos, no ha surgido una ola de racismo ni hemos tenido partidos abiertamente xenófobos hasta la llegada de Vox en 2019. Se han dado problemas de integración, desde luego, pero, en general, han sido menores de lo que cabía esperar.
En muchos ámbitos, la sociedad española ha dado muestras de un talante abierto e integrador. Las encuestas confirman un apoyo amplio de la ciudadanía al matrimonio homosexual y a otras muchas medidas que tienen que ver con la libertad en los estilos de vida. Asimismo, la opinión pública está abrumadoramente a favor de las políticas de redistribución y reducción de las desigualdades.
Incluso el 15-M y su grito de protesta despertaron la simpatía de la sociedad. La gente entendía el hartazgo con la corrupción y la situación tan angustiosa en la que se encontraba el país, con unos jóvenes sin futuro y problemas lacerantes como los desahucios.
En contraste con todo ello, una mayoría de los españoles se opone a los indultos. Si hay un ámbito en el que la sociedad española ha dejado de lado su tolerancia y liberalidad ha sido el de la crisis nacional y territorial catalana. Quizá con el paso de las semanas se suavicen las opiniones y la oposición a los indultos se reduzca sensiblemente. Pero el hecho mismo de que la reacción inicial haya sido tan negativa resulta inquietante.
Son muchos los españoles que vivieron la crisis de otoño de 2017 como una ofensa. Algunos veían cuestionados sus sentimientos de orgullo nacional; otros pensaban que se ponía en peligro el sistema político que había echado a andar en la transición. No vieron como una demanda legítima ni la petición de un referéndum ni, por supuesto, la independencia. De ahí que cuajara de forma tan rápida la tesis del “golpismo”. Si los independentistas son unos “golpistas” que atentan contra la democracia española, nada hay que hablar con ellos, lo único que cabe hacer es encarcelarlos. La manifestación más extrema de la política de la intransigencia para con la crisis catalana ha sido el crecimiento rápido y preocupante de Vox después de 2017, si bien no deberíamos olvidar que las posiciones del Partido Popular y Ciudadanos son muy parecidas en este tema.
Estas actitudes, evidentemente, están desigualmente repartidas y se dan con niveles de intensidad muy variables. En cualquier caso, son mucho más frecuentes entre la población mayor de 60 años y, sobre todo, entre la gente de derechas. Pero se observan también en una parte considerable del electorado de centro y socialdemócrata. Ha resurgido un nacionalismo español excluyente que puede minar el espíritu tolerante que, con excepciones, ha sido dominante en la democracia española durante décadas.
Para el buen futuro de las negociaciones entre los gobiernos español y catalán, nada más urgente que desactivar ese fondo intransigente que se ha instalado en tantos ciudadanos. Y la mejor manera consiste en poner a la sociedad española delante del espejo, apelando a su tolerancia en el pasado. Cuando descubra la cara tan fea que se le pone al opinar de los indultos, seguro que acaba rectificando.